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domingo, 6 de noviembre de 2011

Lo de Libia nos llama a sumar aliados


Es un lugar común, pero vale la pena repetirlo, que el capitalismo está herido. La herida es profunda, seria y se agrava. Los países cuyas burguesías lograron acumular grandes capitales, dictar normas y conductas a gran parte del mundo, se tragaron sus recursos. No poseen o tienen en poca cantidad petróleo. Los programas nucleares, a esta altura y con lo sucedido en Japón, no ofrecen perspectivas claras. Tendrían que depender por muchos años de países que poseen el hidrocarburo como árabes y Venezuela, ésta con la mayor cantidad de reservas certificadas del mundo. Tanta que extrayendo al ritmo actual, tendría para más de doscientos años.

Pero el drama de los desarrollados es mayor. Las reservas hídricas disminuyen ostensiblemente, minerales de otra naturaleza escasamente tienen y las tierras para la producción de alimentos escasean. El intento de producir combustible a partir de la tierra, hace más dramático el asunto. Los estallidos de crisis del capitalismo disminuyen sus intervalos entre unos y otros, aumentan su intensidad y se expresan en mayores espacios. La figura o drama llamado de los indignados, la inestabilidad en el área del euro, enfatizan sobre lo antes dicho.

Todo lo anterior significa que, por la naturaleza del capitalismo, a quienes poseen capitales y fuerza militar, les tienta la política de apoderarse por la fuerza de lo que no poseen. La cayapa armada contra Libia, que no fue por los derechos humanos como lo demostraron los hechos, desde los bombardeos indiscriminados que produjeron un genocidio hasta la vergüenza de lo acontecido con Gadafi, sólo tuvo aquel propósito. Las gráficas divulgadas por la prensa independiente internacional acerca de los destrozos causados sólo en la ciudad de Sirte, abundan la denuncia sobre la falsedad del argumento de la OTAN, según el cual buscaba proteger los derechos ciudadanos. Más de 50 mil muertos lo desdicen.

Ahora más que nunca, el capitalismo internacional, norteamericano y europeo en sociedad, se ha vuelto peligroso. Ya no se trata de inundar de mercancías, capitales e hilvanar negocios rentables en economías débiles contando con la mediocridad y pobreza de espíritu de burguesías y gobernantes cómplices, sino algo más peligroso y humillante. Estamos en una nueva era de invasiones, más peligrosas, destructivas e inhumanas que aquellas que se hicieron sentir en la vieja Europa, porque cuentan con misiles y soldados mercenarios sin bandera moral ni un dejo de sensibilidad.

Es incierto que las fuerzas imperiales estén derrotadas y en retroceso e improcedente pensar a las del cambio social a punto de victoria. Lo cierto es que, como lo confirman los hechos, estamos viviendo una etapa donde aquéllas se disponen a desatar una política de gran agresividad, lo que empieza por imponer medidas económicas neoliberales, hasta a sus propios pueblos; revisemos los cuadros gringo y europeo; continúan preparando agresiones que podrían incluir a Venezuela, por todo que ésta tiene, que va más allá de las reservas petroleras, el carácter de su gobierno y su disposición popular.

¿Qué hacer entonces? No es momento para retroceder en nuestras políticas, menos poner oído a discursos fatalistas que lejos de levantar los ánimos atemorizan y validan la prédica entreguista de la derecha endógena. Debemos rechazar esos discursos que nos presentan como invadidos e incapaces de detener a los invasores sin entregar soberanía y bienes. Porque el discurso derrotista es lanzado de todos los flancos. De un lado, por desacreditar al enemigo, nos da por invadido y derrotado pero no acierta a decir cómo defendernos. Del otro, quienes por sólo salir de Chávez, son capaces de venderle el alma al diablo.

El reciente triunfo holgado de Cristina, la inminente instalación del CELAC, consolidación de ALBA, UNASUR, el creciente apoyo del pueblo venezolano al presidente, las magnificas relaciones internacionales de nuestro gobierno, en el ámbito latinoamericano y mundial, el tender las manos hacia los pueblos del mundo, incluyendo los europeos y gringos, donde el número de indignados contra el sistema crece como la espuma, son motivos para asegurar que podemos frustrar las intenciones de los modernos invasores. Si razón y justicia están de nuestra parte y a esos valores agregamos una política de sumar el apoyo de los pueblos, podemos triunfar. Esto significa no declinar ni entregarnos para que nos perdonen y admitan.

No dudamos en repetir hasta el cansancio, sobre todo ahora cuando el mundo tiende a tomar conciencia acerca de la ineficiencia, injusticia e irracionalidad de las relaciones de sobreexplotación y dominio, “recordemos a Vietnam”.

damas.eligio@gmail.com


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