Como clímax de un frenesí de filtraciones en los medios corporativos occidentales que llevó –literalmente– a la histeria nuclear, los inspectores de las Naciones Unidas en el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) finalmente publicaron un informe que acusa esencialmente a Teherán de haber intentado diseñar el año pasado un arma nuclear que se ajuste a la ojiva de un misil.
Según el informe, Irán trabajó «en el desarrollo de un diseño propio de un arma nuclear incluidos los ensayos de sus componentes».
Aparte del esfuerzo de rediseñar y miniaturizar un arma nuclear paquistaní, también se acusa a Teherán del intento de desarrollar una operación clandestina para enriquecer uranio –el «proyecto sal verde»– que podría utilizarse para «un programa oculto de enriquecimiento».
Todo esto lleva al OIEA a expresar «serias preocupaciones» sobre la investigación y desarrollo «específicos de armas nucleares».
El informe vende la idea de que mientras el OIEA ha tratado durante años de monitorear las reservas iraníes declaradas de mineral de uranio y uranio procesado, actualmente 73,7 kilos de uranio enriquecido a un 20% en Natanz, más 4.922 kilos de uranio enriquecido a menos del 5%, Teherán ha estado tratando, en secreto, de construir un arma nuclear.
Información dudosa
El OIEA insiste en que se basa en información «creíble» -más de 1.000 páginas de documentación– de más de 10 países y basada en ocho años de «evidencia».
Pero el OIEA no tiene medios independientes para confirmar la enorme masa de información –y desinformación– de potencias mayoritariamente europeas. Mohammad ElBaradei –que fue el predecesor del japonés Yukya Amano como jefe del OIEA– lo dijo, explícitamente, muchas veces. Y siempre cuestionó lo que pasa por ser «inteligencia sobre Irán», porque sabía que se politizaba en extremo y que traspasaba los límites de rumores y especualaciones.
No es nada sorprendente que el ultraconservador periódico iraní Kayhan haya tenido motivos para preguntar si se trataba de un informe del OIEA o de un dictamen estadounidense al dócil y fácilmente presionable Amano.
No hay nada que sea siquiera remotamente un descubrimiento trascendental en el informe, imágenes satelitales y especulaciones de los «diplomáticos» presentados como «inteligencia» irrefutable. Si esto se parece a la preparación de una guerra contra Iraq, es porque es así. Esencialmente, es una regurgitación de una farsa de hace cuatro años, conocida como el «salto de la muerte».
El escenario más próximo a la realidad –incluso considerando la existencia de un programa encubierto, lo que no está demostrado- nos dice que la construcción de una ojiva nuclear sería contraproducente para Teherán.
No obstante, el Cuerpo Islámico de Guardias Revolucionarios (IRGC, por sus siglas en inglés) –a cargo de todos los programas militares de alto nivel– ciertamente puede conservar la opción de construir una ojiva nuclear con la rapidez de un relámpago, como disuasivo en caso de que estuviera absolutamente seguro de que EE.UU. invadiría, o incluso lanzaría una prolongada campaña de «conmoción y pavor». La indiscutible consecuencia real de que Irán acabe fabricando un arma nuclear es que terminaría de una vez por todas con la permanente amenaza de un ataque estadounidense. Quien tenga alguna duda, que consulte el expediente norcoreano.
El régimen de Teherán podrá ser implacable, pero no está compuesto de aficionados: construir un arma nuclear –sea en secreto o a plena vista del OIEA– y hacerla estallar, no los llevaría a ninguna parte. El régimen –que ya está embrollado en una dura y compleja batalla interior entre el Supremo Líder Ali Jamenei y la facción del presidente Mahmud Ahmadineyad– se vería totalmente aislado desde el punto de vista geopolítico.
La población iraní está mucho más preocupada por la inflación, el desempleo, la corrupción y el ansia de más participación política, como para lanzarla a una controversia nuclear global. Existe un amplio consenso positivo en Irán sobre un programa nuclear civil. Pero no existe ninguna garantía de que incluso una minoría apoyaría una «bomba islámica».
El reto a Israel de que pruebe sus afirmaciones
Lo que altera los nervios no solo de Israel sino de una amplia gama de intereses estadounidenses que 32 años después todavía no aceptan la pérdida de su valioso gendarme del Golfo (el shah de Irán), es que Teherán los mantiene en un quebradero de cabeza permanente.
Predeciblemente el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu en Israel seguirá ladrando hasta niveles ensordecedores, mientras prueba todos los trucos necesarios para hacer que actúe EE.UU.
El mismo Netanyahu, al que no soportan el presidente estadounidense Barack Obama ni el presidente francés Nicolas Sarkozy, tiene una estrategia decisiva: llevar a Washington y a unos pocos subalternos, de los británicos a la Casa de Saud –y no tiene nada que ver con la «comunidad internacional»– a que ejerzan la máxima presión sobre Teherán. De otra manera, Israel va a atacar.
No tiene sentido, porque Israel no puede atacar ni a un caniche descarriado. Todo su equipamiento militar es estadounidense. Necesita permiso especial para cruzar el espacio aéreo saudí o iraquí. Necesita una tarjeta verde de Washington de la A a la Z. Al gobierno de Obama se le podrá acusar de cualquier cosa, pero no de suicida.
Solo esos ceros a la izquierda del Congreso de EE.UU. –despreciados por la abrumadora mayoría de los estadounidenses, según numerosos sondeos– pueden llegar a creer en las órdenes de marcha marcial que reciben de Netanyahu a través del poderoso lobby AIPAC(Comité de Asuntos Públicos EE.UU.-Israel).
Por lo tanto lo que queda es la posibilidad de más sanciones todavía. Cuatro vueltas de duras sanciones del Consejo de Seguridad ya afectan a las importaciones de Irán, su banca y sus finanzas. Pero hasta ahí llega la cosa.
Rusia no está convencida por el informe del OIEA, y ya lo dijo explícitamente. China no está impresionada: el OIEA simplemente no tiene suficiente evidencia para acusar directamente a Irán de realizar un programa activo de armas nucleares.
Por lo tanto hay que olvidar la posibilidad de que Rusia y China acepten otra vuelta de sanciones impuesta por EE.UU. en la ONU, que sería literalmente nuclear: un boicot de facto de las ventas de petróleo y gas de Irán.
Solo un montón de payasos puede suponer que China votaría contra su interés nacional de seguridad en el Consejo de Seguridad de la ONU. Irán es el tercer proveedor de petróleo de China, después de Arabia Saudí y Angola. China importa 650.000 barriles de petróleo diarios de Irán –un 50% más que el año pasado- y es más de un 25% de las exportaciones totales de petróleo de Irán.
Incluso el gobierno de Obama tuvo que admitir en público que un boicot es inimaginable: privaría a la economía global, en camino a la depresión, de por lo menos 2,4 millones de barriles de petróleo diarios, y el barril llegaría probablemente a costar 300 o incluso 400 dólares.
Teherán tiene –y seguirá encontrando– medios para circunvenir sanciones financieras. India ha pagado importaciones de petróleo iraní a través de un banco turco. Teherán también comienza a utilizar un banco ruso.
Esto prueba que el mantra de Israel de que la «comunidad internacional» aísle a Irán es un farol monumental. Protagonistas clave como los miembros del BRICS Rusia, China e India mantienen estrechas relaciones comerciales con ese país.
Además, en medio de toda la histeria «iranofóbica», la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO) –China, Rusia y cuatro «“stans” centroasiáticos»– tuvo su última cumbre en San Petersburgo. Irán –que tiene estatus de observador– estuvo presente por medio del ministro de Exteriores Ali Akbar Salehi. Tarde o temprano Irán será admitido como miembro pleno.
Incluso antes de que Irán se uniera a la SCO, China y Rusia consideraron un ataque contra Irán como un ataque contra ambos. Respecto a la idea de la integración asiática de la energía, será muy interesante ver a Israel tratando de convencer a EE.UU. de que realice un ataque contra Asia.
Fuente: Asia Times Online, 10 de noviembre de 2011.
Traducido del inglés por Germán Leyens
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