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domingo, 8 de enero de 2012

El crucificado Iraq



Saddam Hussein gobernó en Iraq del 1979 al 2003. Hace cinco años, el 30 de diciembre de 2006, fue ejecutado.

A diferencia de muchos otros, sí fue culpable, más que culpable. Utilizó armas químicas contra los kurdos, incluida la población civil, lidió dos guerras contra sus países vecinos. Sin embargo, queda una duda: ¿fueron el tribunal de Bagdad y la ejecución de Hussein un acto de justicia? Y la respuesta no es nada unívoca.

Después de Saddam, el diluvio

Saddam fue un líder terrible, pero con su muerte la situación dentro del país empeoró aún más. Hasta el punto de que muchos, incluido el jefe del Instituto Ruso de Estudios sobre Oriente Próximo, Yevgueni Satanovski, cuestionan la propia existencia del país.

A ello se suma un auge de terrorismo. Hace poco Al Qaeda asumió la responsabilidad por una serie de explosiones, que llevó las vidas de 69 personas. En la época de Saddam con y sus servicios especiales Al Qaeda no estuvo presente en el país. Sí hubo torturas, sí hubo pobreza, pero lo que vemos hoy no es nada mejor.

Por lo visto, cualquier país se mantiene unido no sólo gracias a la voluntad de sus ciudadanos, sino también gracias a la coacción de parte de su población a un comportamiento socialmente aceptable. Lo que sí es importante, es el grado de dicha coacción. La mayor parte de los países de nuestro planeta fueron creados bajo unas situaciones históricas bien concretas y por eso son propicios a desintegrarse. Esto se refiere tanto a los Países Bajos, como a Gran Bretaña, y a cualquier otro país, si nos adentramos en su historia. Y eso, hablando sólo desde el punto de vista de grupos étnicos, pero hay también el problema de grupos sociales.

Iraq de hecho se desintegró en los territorios de kurdos, sunitas y chiitas, siendo orientados los últimos hacia Irán, que también es chiita. Y parece que nada, a excepción de una nueva dictadura militar, como la de Saddam, será capaz de devolver la paz y la unidad al país.

No me refiero sólo lo de ejecución de Saddam Hussein. Se trata más bien de la invasión de EEUU en Iraq y el grado de su necesidad en otoño de 2003 y de lo que siguió a dicha invasión. Los estadounidenses lograron cambiar el régimen (no fue nada difícil), pero con unas consecuencias catastróficas. En cuanto a Saddam y su posterior destino, el problema surgió sólo el 13 de diciembre de 2003, cuando fue capturado cerca de su ciudad natal de Tikrit. Y aquí lo que importa es la justicia.

¿El poder siempre es sagrado?

¿Quién tenía que procesar a Saddam? En cuanto a las autoridades de ocupación estadounidenses, no tenían ganas de realizar una justicia importada. Además, el tribunal de Saddam tuvo que ser uno de los pilares de creación de la nueva nación.
Tomando en consideración que un año después de llegar al poder (1980), Saddam, apoyado por EEUU y otros países, atacó a Irán, le habrían podido juzgar los iraníes. La guerra fue dura y resultó en centenas de miles de víctimas. Si los iraníes hubieran vencido y entrado en Bagdad, habrían podido juzgarle a Saddam. Pero teniendo el mismo problema que los estadounidenses: ¿cómo juzgar? ¿con qué tribunal juzgar? Y en 1990 Saddam agredió a Kuwait…

Sin embargo, a Saddam le procesaron los propios iraquíes, lo que parece una solución algo dudosa. Y es que cualquier revolución o guerra civil siempre vienen acompañadas por una psicosis de masas, una enemistad interna. Eso lo demuestra, entre otras cosas, el asesinato de Muamar el Gadafi en octubre de este año en el curso de la guerra civil en Libia. Después de dicha muerte son pocos los que siguen calificando a los acontecimientos de Libia como lucha por democracia. Un tribunal, teóricamente, es otra cosa y no tiene nada que ver con la venganza. Pero no fue así en el caso de Saddam.

Desde el punto de vista de millones de iraquíes, el dictador fue juzgado por kurdos por las represalias y la guerra química contra sus compatriotas. Y si le hubieran condenado loa chiitas, habría sido mal visto por los sunitas. Resulta que los estadounidenses, al invadir el territorio de Iraq, liberaron al demonio de guerra civil. Y cualquier tribunal contra Saddam dentro del país habría sido un fracaso. Entonces, sería mejor hacerlo como con Gadafi, sin hablar de justicia.

Y esto impone otra conclusión, diáfana para todos pero casi nunca se discute. El poder siempre tiene una aureola mística, sacra. Por eso los tribunales como el de Saddam, llevan a la desacralización de una persona, creando a su vez a un nuevo líder, el vencedor.
¿Había que recurrir a un tribunal internacional para juzgar a Saddam? Pero cuando el líder de un país está juzgado por unos extranjeros, tampoco tiene buena pinta.

¿Entonces, no sería mejor que la gente como Saddam muriera por muerte natural? ¿O simplemente es que la pena de muerte no tiene nada que ver con la justicia?.
Dmitri Kósirev, RIA Novosti

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