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lunes, 23 de enero de 2012

La guerra como política anti-crisis


”El largo plazo es una referencia engañosa para los problemas actuales. A largo plazo, todos estaremos muertos. Los economistas se imponen una tarea demasiado fácil y demasiado inútil si en los tiempos difíciles sólo pueden decirnos que cuando la tormenta pase el océano será otra vez plano”.

John Maynard Keynes

1. Aunque a ciertas personas pueda parecerles difícil de creer, lo cierto es que los conflictos bélicos son –desgraciadamente- una más de las estrategias a las que los Estados recurren de hecho con el fin de superar las situaciones de crisis económicas graves.

2. ¿Cómo es esto posible? Las razones pueden ser varias. Existe siempre, evidentemente, junto a las razones económicas, un contexto político determinado que explica que se recurra a una medida tan drástica, siempre difícil de entender desde la perspectiva del interés general.

3. En principio, desde el punto de vista de superación de las crisis económicas, las guerras pueden tener un efecto similar a las políticas de demanda keynesianas. El Estado se vuelca presupuestariamente en el reclutamiento y la fabricación de armamento y genera así un significativo impulso de la demanda agregada de la economía. El desempleo se resuelve rápidamente, en parte como consecuencia del reclutamiento militar y en parte por las necesidades de producción de las fábricas de armamento y suministros militares.

4. ¿Significa esto que, efectivamente, las guerras son un instrumento “eficaz” en las políticas anti- crisis? Difícilmente. Los recursos que el Estado necesita para hacer frente a los ingentes gastos bélicos los detrae necesariamente del conjunto de la economía a través del endeudamiento. Este endeudamiento puede producirse en un contexto de alta inflación o en un contexto en el que la masiva intervención estatal en el mercado de deuda ahoga la capacidad de crédito para las empresas. Y, por otro lado, el desastre que estas intervenciones generan en la economía se manifiesta fundamentalmente a la hora de hacer frente a los vencimientos de la deuda acumulada.

5. El problema es que la teoría keynesiana parece obviar los efectos a medio y largo plazo de un impulso artificial de la demanda. Los esfuerzos del sector público deben asegurar mejoras de equipamiento social o económico que al menos compensen más adelante los efectos negativos que a medio o largo plazo tendrá sobre la economía el sobreesfuerzo realizado.

Pero claro, ya dijo Keynes que “a largo plazo, todos muertos”. Y esta interesante frase adquiere una especial relevancia cuando analizamos las políticas keynesianas en su modalidad “bélica”.

6. En efecto, ante una situación bélica, es muy fácil que los Estados prescindan de cualquier preocupación por el medio o largo plazo y simplemente se aseguren de obtener a cualquier precio los recursos humanos y materiales necesarios para ganar la guerra.

7. Una clave esencial para entender estos posicionamientos desde el punto de vista económico es que los gobiernos que inician las guerras suelen estar convencidos de que las van a ganar y, además, de que las van a ganar a corto plazo.

8. Y esto nos lleva a una de las variables más importantes para analizar los efectos económicos de las guerras. El hecho de que los efectos son esencialmente distintos para los países que las ganan y para los países que las pierden. 9. Por supuesto, los países que se plantean iniciar un conflicto bélico como instrumento para luchar contra la crisis económica suelen hacerlo pensando en ganar las guerras, de tal forma que ello permita conseguir determinadas compensaciones suficientemente significativas del coste bélico. Pero, como sabemos, esto no siempre sucede así.

10. Esta dialéctica puede haberse manifestado, por ejemplo, en la invasión de Irak por parte de USA y otros países aliados. La expectativa de un acceso privilegiado a los futuros recursos petrolíferos parecía ser una fuente de recursos compensatoria más que suficiente. Sin embargo, está claro que esto no fue así en la Primera Guerra del Golfo, en la que el régimen iraquí se mantuvo en el poder y no está del todo claro que vaya a ser así en el futuro, a partir del momento en que los aliados abandonan definitivamente el país. Mientras tanto, estos esfuerzos bélicos han supuesto una pesada carga sobre la economía USA de la que le costará mucho tiempo recuperarse. Está claro que, al menos en el caso de la Guerra de Irak, el resultado –en términos económicos- ha sido, hasta ahora, desastroso para los Estados Unidos.

11. En algunos casos, evidentemente, los países que ganan las guerras obtienen de la victoria réditos económicos de tal magnitud que ello les permite compensar los problemas derivados del endeudamiento acumulado durante el conflicto. Un caso claro es el de USA en la Segunda Guerra Mundial. Las variables clave de la crisis económica -que, iniciada en 1929, continuaba sin ser superada-, eran, por supuesto, el desempleo y la caída de la producción. Ambas variables mejoraron sustancialmente incluso antes de que USA entrara en guerra, como consecuencia de la expansión presupuestaria y productiva que supuso el esfuerzo bélico previo.

12. Finalizada la guerra, USA se encontró con un presupuesto muy endeudado y con un sector productivo muy enfocado hacia el esfuerzo bélico y, por lo tanto, sin mercado, al menos hasta el estallido de la guerra de Corea en 1950. Pero, como contraste, estos problemas, aunque afectaban muy duramente a determinados sectores muy directamente relacionados con el esfuerzo bélico, se compensaban de forma clara con la expansión comercial que supuso para la industria USA el final de la guerra, como consecuencia de la importantísima destrucción de equipo productivo y empresarial en los países europeos. No sólo Europa, sino también el resto del mundo que dependía de las importaciones procedentes de la industria europea, quedó en manos de la industria USA. Éste fue sin duda el elemento clave que permitió “rentabilizar” económicamente el esfuerzo bélico USA.

13. No obstante, la victoria en la guerra no asegura en absoluto la rentabilidad económica del esfuerzo bélico. Incluso en la propia Segunda Guerra Mundial, el ejemplo del Reino Unido ilustra un caso evidente de un país protagonista desde el principio de la contienda en el que finalmente sería el bando vencedor y que, sin embargo, fue quizás a largo plazo uno de los principales perjudicados. El Reino Unido “superó” la crisis del 29, pero la Segunda Guerra Mundial supuso para este país un esfuerzo económico de tal dimensión que el endeudamiento de su economía no pudo situarse en términos “razonables” hasta pasados 35 años del fin de la guerra, en un período de claro estancamiento.

14. Como vemos, si las guerras son un desastre económico para los países que las pierden, con frecuencia lo son también para los países que las ganan, incluso aunque se considere que, gracias a ellas, “se ha superado la crisis”.

15. El esfuerzo bélico nunca es un esfuerzo de creación de riqueza sino, al contrario, un esfuerzo para destruirla. De ahí que, si –con un cierto cinismo- nos mantenemos en el ámbito lógico de las políticas anti-crisis de demanda, las inversiones destinadas a la preparación y desarrollo de las guerras nunca tendrán la justificación que pueden adquirir políticas de impulso de demanda basadas, por ejemplo, en infraestructuras productivas.

16. De ahí que la guerra como política anti-crisis sólo puede tener sentido “económico” en ciertos casos que bien podríamos calificar como de “rapiña”, como hacerse con determinados recursos del país vencido o acceder al control de mercados desabastecidos como consecuencia de la guerra (o anteriormente en manos de los países vencidos).

17. A todo esto hay que añadir, por supuesto, el inmenso coste humano, social y ético que las guerras suponen.

18. ¿Significa esto que hay que descartar la guerra como política anti-crisis? En absoluto. Porque, desgraciadamente, las decisiones políticas –incluso en los estados democráticos- no siempre responden al interés general.

19. El hecho de que –junto al inmenso coste humano- el altísimo coste económico de las guerras sea más que evidente hace que difícilmente la guerra pueda considerarse como un instrumento “lógico” anti-crisis, siempre desde la perspectiva del interés general.

20. Pero en la dinámica de las políticas anti-crisis no es posible analizar exclusivamente los elementos que giran alrededor del interés general. La realidad es que muchas de las políticas anti-crisis se ponen en marcha en función de intereses particulares o de grupos con la suficiente capacidad de incidencia en las políticas públicas.

21. En el mismo sentido, los objetivos de las políticas anti-crisis no siempre están determinados en función de la necesidad de corregir o reorientar los problemas básicos desde la indicada perspectiva del interés general, como el desempleo, la inflación o la falta de desarrollo económico.

22. Para determinados colectivos, los riesgos políticos derivados de la desestabilización, el malestar social o de determinadas políticas públicas contrarias a intereses específicos, pueden ser el factor esencial a la hora de determinar sus propios objetivos con respecto a las políticas anti-crisis. El riesgo de un hundimiento de un determinado sector empresarial, o de un grupo de interés determinado puede fácilmente generar un interés claro por parte de este sector para la superación a toda costa de la preocupante situación de inestabilidad. Y un conflicto bélico puede ser con frecuencia un instrumento excelente para ello.

23. En la medida en que estos grupos de interés sean capaces de trasladar sus objetivos particulares a las políticas públicas, el riesgo de que los Estados se planteen claramente el inicio de un conflicto bélico como instrumento clave para superar los riesgos de desestabilización derivados de una crisis económica es evidente.

24. Por supuesto, no es fácil llevar a los países a la guerra. Ello requiere un esfuerzo detenido de control de líderes políticos y medios de comunicación. A veces pueden ser necesarios años de esfuerzo para la mentalización de un país o de una clase política determinada.

25. Pero si se consigue, una guerra puede ser el instrumento ideal para reorientar las preocupaciones sociales y las prioridades políticas, a la vez que se combate a corto plazo la desestabilización del desempleo o se incrementa rápidamente la producción. Todo ello puede ser claramente percibido por determinados grupos de interés como la tabla de salvación ante los particulares riesgos que para ellos puede suponer una crisis económica (o la actual crisis financiera).

26. ¿Es esto posible en el actual contexto de crisis financiera? Sin duda. La experiencia histórica debería alertarnos del alto riesgo de que, a medida que la situación económica se estanca, el clima social se desestabiliza y determinados grupos de interés se encuentran en un evidente riesgo económico, contemplar un escenario bélico como una posible “huida hacia adelante” puede ser una tentación creciente para ciertos sectores en algunos países occidentales.

27. Los dirigentes políticos, los medios de comunicación –y la ciudadanía en general- deberían permanecer especialmente atentos ante iniciativas políticas o mensajes mediáticos que puedan colocarnos, por unas razones u otras, ante situaciones de riesgo bélico, ya sea para determinados países o para el conjunto de occidente. En estas situaciones, lo habitual es buscar uno u otro pretexto diplomático, distorsionar realidades, exagerar conflictos y utilizar los medios de comunicación para manipular y polarizar las valoraciones de la realidad en otros países, todo ello con el fin de orientar progresivamente a la clase política y a la opinión pública hacia una cada vez mayor aceptación del riesgo o de la inminencia de la guerra.

28. Todos debemos permanecer atentos y alerta. Porque, como hemos dicho, los conflictos bélicos no son nunca una solución a las crisis desde la perspectiva del interés general pero, desgraciadamente, sí lo son desde la perspectiva de ciertos intereses particulares.




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