31/10/2012By Juanlu González
El ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, ha tenido que rendirse a la evidencia: el programa nuclear iraní es puramente civil como ya dijeron en comunicado conjunto 16 agencias de inteligencia norteamericanas en 2007, reconociendo que la república islámica había abandonado sus aspiraciones militares atómicas en 2003, centrándose desde entonces únicamente en los usos médicos, agrícolas y energéticos. En la ridiculez de discurso de Netanyahu en la Asamblea de la ONU de este año, mostrando una bomba marca ACME de cómic como figura probatoria de la supuesta progresión del programa militar nuclear iraní, el primer ministro israelí centró su discurso en que el uranio enriquecido al 20% se iba a usar para construir una bomba atómica. Pocas semanas después, se ha verificado que buena parte de los 189 kilos (casi el 40%) se destinó en agosto a construir barras de combustible para alimentar un reactor civil. No obstante, a pesar de las evidencias, Barak ha opinado que esto sólo retrasa entre 8 y 10 meses el punto de no retorno cuando —considera— el país persa estaría en condiciones de construir armamento nuclear, ignorando que para ello se debe alcanzar un nivel del 85% o más y que esa tecnología está fuera del alcance de Irán al menos en un periodo a bastantes años vista.
La campaña de propaganda y desinformación puesta en marcha contra Irán, que dura ya más de una década, ha tenido la dudosa virtud de desviar la atención de un programa nuclear militar puesto en marcha al margen de los convenios internacionales (TNP) y centrarse en otro pacífico supervisado en por la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Obviamente, los enemigos de la república islámica saben de sobra que se trata de un caso similar al de las armas de destrucción masiva de Irak, pero también saben que la energía nuclear puede tener usos duales y, por tanto, prefieren saltarse la legislación internacional y evitar que el país se convierta en una potencia nuclear renunciando por la fuerza a su soberanía, antes de que permitir que consigan independencia energética, mayor capacidad exportadora de combustibles fósiles y un desarrollo tecnológico propio que posibilitaría, en el futuro, la producción de armas nucleares en el caso de que decidieran hacerlo. Sin embargo, aún en el caso de que fueran ciertas las pretensiones persas, países atómicos y propiciadores de la extensión de esta armamento a otros aliados al margen del TNP, no tienen ningún tipo de legitimidad para impedir que cualquier otro estado los desarrolle. Por eso utilizan la fuerza como herramienta.
Lo que subyace bajo todo el montaje de la crisis iraní es una lucha por borrar del mapa a cualquier país que se oponga a los designios de EEUU e Israel en la región. Es justamente en ese contexto donde debe enmarcarse la guerra contra Siria, los intentos de desestabilizacion de Líbano, la represión de los movimientos populares en Bahrein y Arabia Saudí y el bloqueo de Gaza. Todos son partes del mismo juego geoestratégico cuyo principal objetivo no es otro que acabar con Irán, el país más influyente de la región que aún conserva una política independiente del eje occidental y que ejerce cierta influencia en las poblaciones chiíes de todo el mundo.
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