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martes, 8 de febrero de 2011

Las revueltas norteafricanas y sus consecuencias para la seguridad en el Mediterráneo



Las revueltas en Túnez y en Egipto tendrán a buen seguro un impacto no sólo en el mundo árabe - y quizás también en un marco más amplio en el musulmán - sino que ya están replanteando algunos de los principios definidores de la seguridad en el Mediterráneo en términos de relaciones entre las dos orillas.

Con la defenestración del Presidente tunecino, Zine El Abidine Ben Alí, y con el debilitamiento progresivo del egipcio, Hosni Mubarak, los países de la Unión Europea (UE) y de la OTAN pierden a dos de sus principales interlocutores para iniciativas como la Unión por el Mediterráneo (UpM) y la Política Europea de Vecindad (PEV), para la primera organización, y el Diálogo Mediterráneo para la segunda. Por otra parte, los países europeos ribereños del Mediterráneo ven también sus agendas regionales afectadas, y mucho, tanto en la dimensión bilateral de las relaciones como en la multilateral subregional reflejada en la Iniciativa 5+5 para Túnez y en el Foro Mediterráneo para Túnez y Egipto. Por otro lado, el papel de ambos, y sobre todo de Egipto, en las políticas de paz para Oriente Próximo, dependerá de en qué desembocan ambos procesos. El problema hoy por hoy son las incógnitas que se abren y la incomodidad endémica a la hora de opinar, de adoptar posiciones, sobre todo para quienes en el pasado tuvieron una relación de colonizador a colonizado con estos países. Por ello las declaraciones tanto ministerial de la UE como del Consejo Europeo han llegado tarde y son tan vagas que poco aportan en términos políticos.

Es previsible que una vez se normalicen las situaciones respectivas en Túnez y en Egipto - algo aún lleno de incógnitas para ambos casos, aunque lo que parece seguro es que en ambos el papel de las Fuerzas Armadas sea central dada la crisis que atraviesan - los dos países deberían de continuar vinculados a marcos como los citados, pero lo que es evidente es que las condiciones internas e internacionales habrán cambiado sensiblemente. Si se avanza en términos de normalización pacífica e integradora, el poder en ambos países aparecerá en adelante más compartido, huyendo del modelo autoritario de otrora para integrar a actores nuevos en el liderazgo. Si siguieran la "senda turca", en una referencia que se está poniendo muy de moda en estos días, ello implicaría la visibilidad de actores hasta ahora proscritos, como los islamistas, que podrían asumir papeles influyentes en los niveles local, regional y quizás también nacional. Ello podría ser así, entre otras cosas, no porque su modelo sea hoy por hoy el ideal de las poblaciones sino porque son los grupos opositores más motivados, mejor organizados a pesar de la represión que sufren desde antiguo y, no lo olvidemos porque tiene mucho de dramático, porque influyentes círculos occidentales parecen verlos como la oposición por antonomasia. La pereza intelectual y la irresponsabilidad política que esta actitud conlleva podría ser determinante como digo, y ello porque ahora lo importante cuando los Estados miembros de la UE y la propia Unión como tal empiecen a elegir sus interlocutores dentro del amplio y confuso abanico visible tanto en Túnez como en Egipto - y con el tiempo en otros países donde podrían germinar las protestas - será a quién se da ya de partida como prioritario en términos de futuro.

Aunque para algunos todo esto parezca fatalista lo cierto es que aportar como hacen mucho medios la visión angelical del movimiento En Nahda, en Túnez, o de los Hermanos Musulmanes, en Egipto, conllevará más pronto que tarde replantearse la política de la UE hacia el Hamas palestino. Ello, unido al creciente protagonismo de Hizbollah en Líbano, donde ya controla el nuevo Gobierno, y al reforzamiento del papel regional de una Turquía gobernada a fin de cuentas por islamistas, creará un escenario nuevo en la región mediterránea además de en la mediooriental. Aunque es cierto que en la OTAN podrían escucharse, como es lógico, voces disonantes ante el escenario descrito, y no hay más que remitirse a la intervención del Secretario General Anders Fogh Rasmussen, el 4 de febrero en la 4ª Conferencia sobre Seguridad de Munich, pidiendo un reforzamiento de la seguridad en el flanco mediterráneo de la Alianza ante la emergente inestabilidad regional, el angelismo en el que parecen haber caído importante miembros de la Organización, Turquía en la región y los EEUU en términos globales, puede conducir perfectamente a diseñar escenarios que no tienen por qué estar bien ajustados a la realidad.

Muchos se esfuerzan ahora en marcar las diferencias - salvo el propio régimen iraní que ve con regocijo lo que está ocurriendo en la esperanza de que cambien los equilibrios regionales - entre lo que fue la Revolución Islámica en Irán, en 1979, y las movilizaciones vividas estas semanas en Túnez y en Egipto. Lo que está claro, y pasa en casi todas las revoluciones, es que múltiples fuerzas coadyuvan a ellas para que, al final, sólo algunas o alguna obtengan los dividendos, es decir, el poder. Para quienes aún dudan, y que incluso señalan como una ventaja que En Nahda esté dividido en Túnez, habría que preguntarles si ven como plausibles liderazgos como el de Mohamed El Baradei, más valorado fuera que dentro de Egipto, o cualquiera de los desconocidos cabecillas políticos tunecinos no involucrados en el régimen de Ben Alí, que los muy vistosos y cortejados por los medios, y por los púlpitos, Rachid Ghannouchi, en Túnez, y Mohamed Badie, en Egipto.

La dimensión mediterránea o euro-mediterránea definida hasta ahora en la cuenca en términos de seguridad, y ello desde hace casi dos décadas, es inaceptable para los líderes islamistas citados. Las difíciles relaciones entre Turquía e Israel son ya un primer indicador de lo que podría ocurrir a una escala mayor, pero siendo esta dimensión importante no es ni mucho menos la más. El replanteamiento afectaría también a la propia naturaleza de los vínculos establecidos entre la UE y los países norteafricanos y haría inadmisible la relación con una Organización, como es la OTAN, que hace la guerra en Afganistán, y ello aunque Turquía sea un miembro activo de la Alianza. Lo clave pues para una orilla norte del Mediterráneo y para un actor no regional pero también activo en términos de exigencias como son los EEUU, es que apuesten por gobiernos integradores de las distintas fuerzas políticas y sociales, incluyendo a aquellas que la centralidad de los islamistas no les dejan ver hoy.

* Carlos Echeverría es Doctor en Ciencias Políticas y Sociales


2 comentarios:

dani dijo...

Este señor como muchos otros periodistas o analistas de estos días, me parece que exajera y mucho la capacidad de influencia de la UE o de USA en los procesos vividos en Tunez o Egipto.
Son procesos internos, no internacionales.
Y lo que queda es esperar a que escampe el temporal y entonces negociar con quien quede en el poder. Pero teniendo en cuenta que seguramente las posiciones serán peores. Los revolucionarios en esos paises no son precisamente prooccidentales. Después de todo ellos han percibido a sus tiranias como inventos occidentalees.

JOSE dijo...

Dani acabas de dar en el clavo, los revolucionarios no son prooccidentales. Esto significa que Europa y Usa se la están jugando en el norte de África. Unos estado islamistas no ayudarán a la paz, una paz impuesta por los dolares pagados hacia esos gobernantes que de un día para otro cambiaron sus atuendos árabes por corbatas de Gucci( francamente no se si esa marca las fabrica..)Ahora los medios de comunicación son globales y llegan a todos los rincones de la tierra y a través de satélite también al desierto

Salu2 y alegrándome de que sigas ahí