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sábado, 17 de septiembre de 2011

Los curas que trajo la OTAN

Recién alzado al poder por las bombas de la OTAN, el nuevo presidente de Libia se apresuró a anunciar ayer que el país será un Estado islámico al modo de Arabia Saudí, donde la Policía de la Virtud patrulla las calles vara en mano para azotar los tobillos de las descocadas. Gran paradoja. En su empeño por derrocar al antiguo amigo Gadafi, las modernas potencias democráticas han alumbrado en Libia una teocracia dirigida por curas que prometen devolver a ese país a la Edad Media. 
Medieval es, desde luego, la sharía o código islámico que a partir de ahora regirá la vida de los libios según el programa del jefe del gobierno provisional, Mustafá Abdel Yalil (quien, por cierto, ejerció hasta hace nada de ministro de Justicia de Gadafi). Al igual que sucede en otras repúblicas divinas, en Libia pasarán a ser delito el adulterio, el consumo de alcohol, la homosexualidad y la desobediencia de las mujeres a los deseos de sus esposos. 
La vieja Tripolitania va a ser un país de lo más virtuoso, aunque no exactamente divertido, si el antes mentado Yalil cumple su promesa de usar como fuente de legislación los dictados de la ley musulmana. Los gais se exponen a ser colgados en lo alto de las grúas, como es costumbre en Irán; y también las mujeres de conducta más o menos promiscua deberán reprimir sus impulsos, so pena de que algún tribunal de clérigos las condene a la lapidación o, si hay suerte, a una buena tanda de azotes en público. Las señoras que vistan de manera indecorosa –mostrando, por ejemplo, las pantorrillas– serán consideradas culpables, por provocadoras, en el caso de que algún verraco en celo decida violarlas. Solo los cacos saldrán algo mejor parados y a lo sumo se les amputará la mano con la que cometieron el delito.
Toda esta moderna legislación es la que acaban de traer a Libia los sofisticados bombarderos de la OTAN, entre los que había un par de aviones enviados por el Gobierno del pacifista –y feminista– Zapatero. 
Es de suponer que, a cambio de su apoyo a tan grande mejora en las condiciones de vida de los libios, las potencias occidentales que derrocaron al ahora sátrapa y antes colega Gadafi se hayan garantizado al menos el suministro de petróleo y gas. Aunque ni siquiera esto es seguro, visto el precedente de los ayatolás iraníes. 
Maestros en el arte de equivocarse con el Islam, los americanos y su séquito europeo podrían haber vuelto a dar una lección de torpeza en Libia. Años atrás habían proporcionado ya asilo en París a sujetos tan tenebrosos como el ayatolá Jomeini, que usó esa base operativa para emprender el asalto al poder en Irán. Los hospitalarios franceses y sus aliados no tardarían mucho en descubrir que los ayatolás son la bomba, pero ya era tarde para entonces. Tal vez con el propósito de enmendar el error, los americanos pasaron a apoyar con armas y bagajes a Sadam Husein en su guerra contra los curas de Irán; pero pronto cayeron en la cuenta de que el verdadero malo de la película era el propio Sadam. Y así fue cómo invadieron Irak por dos veces.
Previamente, los servicios secretos occidentales se habían cubierto ya de gloria al apoyar a los talibanes en su lucha contra los soviéticos que habían invadido Afganistán. La CIA no dudó en suministrarles armas, entrenamiento y equipo para que matasen al mayor número posible de rusos, ignorando tal vez que estaba alimentando a sujetos de tan dudosa catadura como Bin Laden. También esta vez les costaría algunos años –y un par de torres gemelas– entender que habían estado creando a un monstruo que acabó por volver sus armas contra ellos. 
Tenaces en el error, ahora acaban de instaurar a golpe de Tomahawk en Libia un régimen teocrático que ya ha avanzado su propósito de introducir en el país las viejas costumbres de la lapidación, el azote y la amputación de miembros. Será que el camino al infierno –y a los pozos de petróleo– está empedrado de buenas intenciones.
anxel@arrakis.es


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