Un yemení con un cartel de El Assad frente a la embajada Siria en Yémen. (AP, abril de 2013)
BERTRAND DE LA GRANGE | Madrid | 7 Abr 2013 - 12:41 am. | 3
Pelear hasta que no quede nada de Siria… En esto, y solo en esto, parecen estar de acuerdo los dos bandos que se disputan el poder a cañonazos en esa tierra donde grandes civilizaciones dejaron sus huellas. Dos años de escabechina —unos 70.000 muertos, incluyendo muchos civiles—no han sido suficientes para hacer entrar en razón al régimen de Bashar el Assad y sus enemigos del Ejército Libre Sirio (ELS). Cada uno está obcecado en la derrota militar del otro y percibe cualquier sugerencia de negociación como una claudicación.
Con un poco más de 6.000 muertos, el mes pasado ha sido el más sangriento desde que empezaron los combates en marzo de 2011. Eso dice el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), una organización vinculada a la oposición y con sede en Londres, que lleva la contabilidad macabra del conflicto. El OSDH hace el desglose siguiente en su último balance mensual: fallecieron 2.080 civiles, un número similar de combatientes rebeldes y 1.464 miembros de las fuerzas de El Assad.
No mueren más civiles porque cientos de miles de familias han huido de las zonas de combate, entre ellas la gran ciudad comercial de Alepo, y se han refugiado en los países vecinos (Turquía, Jordania, Líbano, Iraq). Del lado militar, llama la atención que los rebeldes tengan más bajas que el Ejército. La superioridad del armamento de las tropas de Bashar el Assad, generosamente equipadas por Rusia e Irán, explicaría ese desequilibrio.
¿Exagera la OSDH las bajas del ELS y de la población civil para culpar a Europa y Estados Unidos por su resistencia a entregarle armas? No hay manera de corroborar la validez de los balances de la oposición, pero es muy probable que los datos estén "cocinados" como un elemento más de la omnipresente guerra de propaganda. Condicionada por su prejuicio favorable a los rebeldes y, en general, a la "primavera árabe", la prensa occidental ha sido víctima de la desinformación orquestada por las dos grandes televisoras árabes, la qatarí Al-Jazeera y la saudí Al-Arabiya.
Esos canales satelitales se habían convertido últimamente en las principales fuentes de información de las sociedades árabes, hartas de la censura ejercida por sus gobiernos sobre las televisoras nacionales. Con su cobertura de las grandes manifestaciones en la plaza Tahrir de El Cairo, hasta la caída del presidente egipcio Hosni Mubarak, se habían granjeado una credibilidad extraordinaria. Quisieron hacer lo mismo en Siria, pero subestimaron la capacidad de resistencia de un régimen aguerrido por sus cuarenta años en el poder y apoyado por Rusia e Irán.
Sin embargo, el mayor pecado de Al-Jazeera y de Al-Arabiya ha sido su alineamiento con los intereses geoestratégicos de sus dueños respectivos, el riquísimo emirato de Qatar y la petromonarquía saudí, que comparten el mismo odio hacía el régimen sirio y su principal aliado, Irán. Aquí está la clave de esa guerra que amenaza con extenderse más allá de las fronteras de Siria.
El conflicto sirio, que empezó como un asunto político interno, ha adquirido una dimensión regional y ha reavivado el viejo enfrentamiento sectario entre las dos grandes ramas del islam, los suníes y los chiíes. De un lado, Siria, Irán, los chiíes libaneses de Hezbolá y sus correligionarios iraquíes que están ahora en el poder con el presidente Nouri al Maliki. Del otro lado, Arabia Saudí, los emiratos del Golfo y, también, Turquía. Los primeros, apoyados por Rusia, y los otros, por Estados Unidos y Europa, por motivos que no tienen nada que ver con la religión, y sí mucho con la geopolítica y el petróleo.
Los ayatolás de Teherán temen que Israel aproveche la defenestración de Bashar el Assad para atacarles y destruir su programa nuclear, supuestamente pacífico. Por esto, Irán se ha involucrado tanto en Siria, donde manda armas y asesores militares. Rusia tiene, también, motivos importantes para no abandonar a su viejo aliado. Además de una base naval y algunos intereses económicos, Moscú tiene una añeja alianza con Damasco, que data de la época soviética, y ha inspirado el programa del partido en el poder, el Baaz: socialista, nacionalista y laico.
Tantos intereses antagónicos hacen aún más compleja la búsqueda de un acuerdo negociado en Siria. Solo una mediación conjunta de Estados Unidos y Rusia podría desbloquear la situación, pero por el momento no hay ningún indicio de que esto vaya a ocurrir a corto plazo.
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