Historias en un restaurante de Kabul
Kathy Kelly
Truthout
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
KABUL.- Desde 2009, Voices for Creative Nonviolence ha mantenido un sombrío historial que llamamos “Actualización de las atrocidades en Afganistán”, que da las fechas, lugares, número y nombres de civiles afganos muertos a manos de las fuerzas de la OTAN. Incluso con detalles extraídos de las noticias, esos datos no pueden hacer otra cosa que fusionarse en un gran hecho estadístico sobre un dolor terrible del que vale la pena preocuparse pero que sucede muy lejos.
Una cosa es narrar algunos detalles sobre esos ataques de la OTAN dirigidos por EE.UU. Algo muy diferente es sentarse frente a hombres afganos mientras tratan, entre lágrimas, de recuperar el suficiente aplomo para terminar de contarnos sus historias. Anoche, en un restaurante de Kabul, junto a dos amigos de Voluntarios Afganos por la Paz, me reuní con cinco pastunes de las provincias septentrionales y orientales de Afganistán. Los hombres habían aceptado contarnos sus experiencias de vida en áreas afectadas por ataque de drones [aviones teledirigidos], bombardeos aéreos e incursiones nocturnas. Cada uno de ellos señaló que también temen los ataques y las amenazas de los talibanes. “¿Qué podemos hacer”, preguntaron, “si los dos lados nos atacan?”
La historia del socorrista
Jamaludeen, un socorrista médico de emergencia de Jalalabad, es un hombre grande, con un comportamiento serio pero amable. Comenzó nuestra conversación diciendo que simplemente no comprende cómo un ser humano puede infligir tanto daño a otro. El invierno pasado, las fuerzas de la OTAN dispararon a su primo, Rafiqullah, de 30 años, que estudiaba para especialista en pediatría.
Hayatullah, nos dijo nuestro amigo, era un hombre mayor, de unos 45 años, que dejó esposa, dos hijos y una hija.
A pesar de estar gravemente heridos Rafiqullah y el otro pasajero todavía podían hablar. Llegó un tanque estadounidense y comenzaron a rogar a los soldados de la OTAN que los llevaran al hospital. “Soy médico” dijo el otro pasajero de Rafiqullah, un estudiante de medicina llamado Siraj Ahmad. “¡Por favor sálvenme!”. Pero los soldados esposaron a los dos heridos y esperaron una orden para actuar. Rafiqullah murió en el lugar, en la orilla de la carretera. A Siraj Ahmad le llevaron, todavía esposado, no a un hospital, sino al aeropuerto, tal vez para esperar su evacuación. Allí murió. Tenía 35 años y cuatro hijas. Rafiqullah, de 30 años, deja cuatro pequeñas.
Y Jamaludeen sabe que esas niñas tienen suerte, de cierto modo. Hace cuatro años trató de prestar primeros auxilios como socorrista en una boda atacada por fuerzas de la OTAN. Pero no pudo porque no había sobrevivientes. Mataron a 54 personas, todas ellas (excepto el novio) mujeres y niños. “Fue como el infierno”, dijo el doctor Jamaludeen. “Vi zapatos de niños cubiertos de sangre, jirones de ropa e instrumentos musicales. Para mí fue muy terrible. Los soldados de la OTAN sabían que esa gente no constituía una amenaza”.
La historia del jornalero
Kocji, que se gana la vida como jornalero, es de una aldea de 400 familias. Su historia ocurrió hace tres semanas. Comenzó con una advertencia telefónica de que las fuerzas talibanas habían entrado en el distrito Surkh Rod de Jalalabad, donde se encuentra su aldea. Ese día, cerca de las 10 p.m., las fuerzas de la OTAN entraron en masa en su aldea. Algunos soldados cayeron sobre los tejados y bajaron habilidosamente al suelo usando escalas de cuerda. Cuando entraron en las casas encerraron a las mujeres y los niños en una habitación mientras golpeaban a los hombres, gritando preguntas mientras las mujeres y los niños clamaban para que los liberasen. En esta incursión, no mataron ni se llevaron a nadie. Resultó que las tropas de la OTAN habían actuado debido a un informe falso y descubrieron rápidamente su error. Los informes falsos constituyen un riesgo constante. En cualquier aldea algunas familias disputan entre ellas y las tropas de la OTAN pueden involucrarse en esas disputas, involuntariamente y con gran facilidad, y a veces con consecuencias fatales. Kocji objeta a que las fuerzas de la OTAN ordenen ataques sin preguntar primero para tratar de descubrir si el informe es válido o no. Le habían advertido de una amenaza proveniente de una dirección, pero en realidad las amenazas provenían de todas partes.
La historia del estudiante
Rizwad, un estudiante del distrito Pech de la provincia Kunar, fue el siguente.
Hace veinticinco días, entre las 3 y las 4 a. m., doce niños estaban recogiendo leña en las montañas, cerca de su aldea. Tenían entre 7 y 8 años. Rizwad vio el avión que se dirigía hacia las montañas. Cuando llegó al lugar, disparó a los doce niños, sin dejar sobrevivientes. El primo de 8 años de Rizwad, Nasrullah, un escolar de tercer grado, fue uno de los muertos esa mañana.
Los doce niños pertenecían a ocho familias de la misma aldea. Cuando los aldeanos encontraron los cuerpos ensangrentados y desmembrados de sus hijos se unieron para pedir al gobierno provincial una explicacíón de por qué las fuerzas de la OTAN los habían matado. Les dijeron que “fue un error”.
“Es imposible que la gente hable con los militares de EE.UU.”, dice Rizwad. “Nuestro propio gobierno trata de calmarnos diciendo que se ocupará del asunto”.
La historia del agricultor
Riazullah de Chapria Marnu fue el siguiente. Quince días antes, tres agricultores del área de Riazullah estuvieron regando su campo de trigo. Era temprano por la tarde, cerca de las 3:30 p. m. Uno de ellos solo tenía 18 años y hacía cinco meses que se había casado. Los otros dos agricultores tenían alrededor de 45 años. Sus nombres eran Shams Ulrahman y Khadeem and Miragah y las dos pequeñas hijas de Miragah estaban con ellos.
Llegaron once tanques de la OTAN. Uno disparó misiles que mataron a los tres hombres y a las dos niñas, “¿qué podemos hacer?”, preguntó Riazullah. “Estamos atrapados entre los talibanes y las fuerzas internacionales. Nuestro gobierno local no nos ayuda”.
La historia de la ocupación por parte de EE.UU. y OTAN
El mundo no parece hacer muchas preguntas sobre los civiles afganos cuyas vidas destruyen las fuerzas de la OTAN o los talibanes. Los amigos estadounidenses verdaderamente preocupados dicen que realmente no llegan a comprender nuestra lista, las noticias se funden en una gran abstracción, en estadísticas, en “daño colateral”, de forma diferente a como nos presentan los ataques similares (aunque mucho más pequeños y menos frecuentes) a los civiles estadounidenses. Naturalmente la gente aquí, en Afganistán, no se ve como una estadística; se pregunta por qué los soldados de la OTAN tratan a los civiles como enemigos en el campo de batalla al primer indicio de oposición o peligro, por qué los soldados y drones estadounidenses matan a sospechosos desarmados debido a informaciones anónimas cuando todo el mundo sabe que los sospechosos merecen seguridad y un proceso y son inocentes hasta que se pruebe su culpabilidad.
“Todos preguntamos continuamente por qué nos matan las fuerzas internacionales”, dijo Jamaludeen. “Un motivo parece ser que no diferencian entre la gente. Los soldados temen a cualquier afgano barbudo que lleve turbante y vestimenta tradicional. ¿Pero por qué matan a los niños? Parece que tienen una misión. Les dicen que vayan y maten talibanes. Cuando salen en sus aviones, tanques y helicópteros tienen que matar para poder informar de que han completado su misión”.
Esas son las historias que se cuentan aquí. La OTAN y los países que la forman pueden tener otros relatos, pero no son muy convincentes. Las historias que cuentan de las explosiones y de soldados vociferantes que invaden casas arrasan cualquier otro sentimiento y parecen representar todo lo que los ocupantes de EE.UU./OTAN han venido a decir. Nosotros, que vivimos en países que apoyan a la OTAN, que toleran esta ocupación, somos responsables de los hechos que cuentan los afganos atrapados en nuestra guerra. Esas historias ahora forman parte de la nuestra y no son populares en Afganistán. No suena bien cuando las fuerzas de EE.UU./OTAN declaran que vinimos aquí debido al terrorismo, por un coste en vidas civiles perdidas, que ya se excedió en Afganistán en los tres primeros meses de una guerra que dura desde hace una década.
Kathy Kelly, ( kathy@vcnv.org ), es coordinadora de Voices for Creative Nonviolence, www.vcnv.org .Vive en Kabul durante el mes de mayo como invitada de Afghan Peace Volunteers (http://ourjourneytosmile.com/blog)
Fuente: http://truth-out.org/opinion/item/16591-tales-in-a-kabul-restaurant
Posted by Welt Vision
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