Mientras el mundo se pelea por Libia, Fukushima sigue contaminando aire, mar y tierra. Yukiya Amano, director de la Agencia para la Seguridad Atómica japonesa, dijo que estaba lejos de ser resuelta. Ayer supimos que, cuando tres trabajadores pisaron agua en el sótano del reactor 3 de Fukushima, la Tokio Electric Power Company (TEPCO), ya sabía que la radiactividad en ese lugar estaba fuera de control. Lo sabía pero no lo dijo.
Desde siempre toda información que toca la energía nuclear parece estar altamente contaminada. Hace poco, en un programa de periodismo investigativo de Rainews 24, que se ha ocupado desde hace tiempo en desvelar secretos atómicos, el físico Emilio del Giudice reconocía su incapacidad para juzgar lo que ocurría en la planta de Fukushima por falta de información, la cual podía obedecer a dos causas: censura de la TEPCO y del gobierno japonés o bien impotencia de los técnicos de describir el cuadro actual en la planta. Pero los hechos son hechos. Los EEUU alejaron ocho buques de guerra desplegados en la zona; el Director de la Comisión de EEUU para la seguridad nuclear dijo que el daño registrado en al menos uno de los reactores era más grave de lo admitido por Tokio; la portavoz del ministro de Exteriores chino solicitó “detalles precisos” al gobierno japonés sobre lo ocurrido; el presidente de la autoridad nuclear francesa, André-Claude Lacostem, aseguró que la central de Fukushima había alcanzado el nivel 6 de alerta nuclear, el segundo más grave de la Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos, cuando el gobierno japonés lo había clasificado de nivel 4; EEUU y Reino Unido fijaron el límite de seguridad en un radio de 80 km. cuando Japón lo había fijado primero en 20 km. y luego en 30 km. Paolo Longo, corresponsal de RAI 3 en Tokio, confirmaba el descrédito general: no había encontrado a nadie en la calle que se creyera la información que daba el gobierno japonés.
Desinformación, manipulación y censura son armas que el lobby nuclear emplea desde siempre. Pero, con los accidentes nucleares se eleva la tensión informativa, y llegan al conocimiento público cuestiones distintas al ya conocido problema de las escorias. Sólo los muy interesados en la materia saben responder a cuestiones como quién produce la energía nuclear, quién monitorea las centrales, qué combustible se emplea, cuánto cuesta una central, qué relación hay entre el empleo militar y el empleo civil de la energía nuclear.
Cuando Chernobil, tanto el accidente nuclear como la censura informativa se explicaron fácilmente: eran la consecuencia de la decadencia del régimen comunista soviético. Aplicando la misma lógica, en Fukushima, presenciamos la decadencia del capitalismo japonés: por culpa de las privatizaciones, que conllevan corrupción y conflictos de intereses, los controles se relajan y el peligro aumenta. Todo vale, incluida la flexibilización y precarización de la seguridad, con tal de abaratar costes y no alterar los beneficios. Según Giorgio Parisi, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Roma, medalla Max Planck, “lo grave es que el monitoraje y, por consiguiente, el cálculo del riesgo, se le deje a una empresa privada. Es absolutamente necesario que el monitoraje se deje a un ente estatal, no ligado a intereses de empresas que construyen o gestionan las plantas y capaz de controlar de modo preciso la situación. En cambio me parece que los comunicados sobre la situación de Fukushima no los difunde un ente estatal para la seguridad sino la empresa” (Il Manifesto, 19/3/2011, p.7). Las infracciones de la TEPCO habían sido tantas que podían ser consideradas un problema sistémico. En efecto, TEPCO había sido multada en 2002 por maquillar informes, en 2007 por fuga radiactiva, y diez días antes del terremoto había entregado un documento a las autoridades en el que reconocía haber manipulado los datos de los controles de mantenimiento.
Oyendo a los expertos en física nuclear que trataban de explicar el cuadro apocalíptico de Fukushima, vinimos a saber que el reactor que más preocupaba era el número 3 debido al empleo de MOX (Oxido Mixto de uranio y plutonio). Vincenzo Balzani, físico de la Universidad de Bolonia, explicaba (Annozero, 17/03/2011) que esta mezcla se lleva a cabo con el fin de reciclar escorias. En Fukushima la fabricación del MOX la llevó a cabo la ARIVA francesa. El proceso industrial es el siguiente: Japón envía sus escorias a Francia. La ARIVA lo realimenta y lo devuelve a Japón, que lo emplea en tres o cuatro centrales. Un millonésimo de gramo de plutonio es letal para el hombre. 24.000 años de plutonio. Después de lo ocurrido en Fukushima nada ha cambiado. Greenpeace denuncia que Francia volverá a exportar la próxima semana otro encargo de MOX. ¿Cómo lo enviarán? ¿Cuánto gana la ARIVA por cada transporte? ¿No cabe contemplar la posibilidad de un accidente en el transporte? Preguntas sin respuesta de momento que surgen después de Fukushima.
Otra de las herencias de Fukushima es la caducidad de las centrales nucleares. Los expertos ahora hablan de 30 o 40 años de duración para las centrales, lo que da al traste con todos los cálculos sobre su sostenibilidad económica. A los costes de construcción y mantenimiento, que se supone que crecerán a partir de ahora, hay que añadirles el de desmantelamiento. Y cuesta mucho más desmantelar que construir.
Así pues, si no es rentable, si sus escorias son eternas, y el uranio no abundará siempre, ¿cómo se explica la insistencia en la energía nuclear? El físico Emilio del Giudice lo explica así: “Porque la energía nuclear también es militar y entonces, como las sociedades no democráticas se basan en la violencia y las sociedades democráticas se basan en la estafa y el engaño, hay que convencer a la gente de que el Estado opera con buenos fines, no se prepara para la guerra; y si la hace, es sólo en respuesta a una agresión externa. La energía nuclear civil es un modo para ocultar la militar y para que se vea que nuestros presupuestos de defensa son pequeños porque una parte del gasto de defensa militar se le endosa a los presupuestos de otros ministerios”. Añade: “No es verdad que la energía nuclear cueste menos. La energía nuclear francesa se vende barata porque es el subproducto de una producción militar”. Ignoro cuánto hay de verdad en lo que dice Del Giudice, pero una cosa es cierta: hay un nexo entre ambos usos, y reina el secreto.
Para terminar, un último embuste mediático. Ya han recibido un nombre los mártires atómicos de Fukushima: son los “50 héroes”. Planteando la cuestión en estos términos épicos, se pierde la dimensión humana y laboral del problema. En una excelente crónica de Pio D'Emilia desde Onagawa (Il Manifesto, 27/3/2011, p. 5), se nos cuenta que a los trabajadores de las centrales atómicas los conocen con el nombre de “los gitanos del átomo”. En Japón hay 70.000 trabajadores en las centrales nucleares: 63.000 son precarios con contratos temporales o mensuales para efectuar trabajos de manutención o de emergencia. Cobran como máximo 90 euros al día. “Se trata de trabajadores originariamente pescados en los guetos de Sanya en Tokio y Kamagasaki en Osaka, sin especializaciones particulares, pero que con el paso de los años se han convertido, pagando el precio de contaminaciones graves, en expertos. Representan casi el 90% de la fuerza de trabajo y los pagan, a fin de cuentas, para ser contaminados”. No serían 50 sino 300 los trabajadores que están entrando en Fukushima a turnos. 20 han sido ingresados, 3 de ellos muy graves. Entre tanto, TEPCO se disculpa por haber difundido un dato falso: los niveles de radiactividad no superarían 10 millones de veces el límite permitido, sino sólo 100.000. Aunque la contaminación informativa persiste, el tsunami nuclear ya ha llegado a Alemania, donde los Verdes gobernarán -en coalición con los socialdemócratas- en Baden Wütenberg, primera región económica.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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