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viernes, 27 de enero de 2012

A Israel le conviene no olvidar el Irán nuclear





Dar la vuelta a un hecho es una de las labores más difíciles del periodismo, y rara vez es más problemático que en el caso de Irán, la oscura amenaza revolucionaria islamita. El Irán chiíta, protector y manipulador del terror mundial; de Siria, de Líbano, de Hamas. Ajmadineyad, el califa loco. Y desde luego, el Irán nuclear, que se prepara para destruir a Israel en medio de una nube en forma de hongo, hecha de odio antisemita. El Irán que está listo para cerrar el estrecho de Ormuz. Se acerca el momento de atacar para las fuerzas de Occidente (o israelíes).

Dada la naturaleza del régimen teocrático, la repulsiva supresión de sus opositores poselectorales en 2009, sin mencionar sus masivas reservas de petróleo, hace que todo intento de inyectarle sentido común a esta historia traiga consigo el equivalente a una contraindicación médica: No, Irán no es un lugar agradable, pero...

Tomemos como ejemplo esas versiones israelíes que damos por buenas, pese a que los servicios de inteligencia israelíes son más o menos tan eficientes como los de Siria, y que son repetidas por los amigos de Tel Aviv en Occidente. Nadie en Occidente es tan dócil como los periodistas.

El presidente israelí nos ha advertido que Irán está ahora en la cúspide de la producción de armamento nuclear. El cielo nos proteja. Pero nosotros los reporteros no mencionamos que Shimon Peres, como primer ministro israelí, dijo exactamente lo mismo en 1996. Eso fue hace 16 años.

Tampoco nos acordamos de que el actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dijo, en 1992, que Irán tendría la bomba nuclear en 1999. Eso fue hace 13 años. Es siempre la misma historia.

El hecho es que no sabemos si Irán realmente está construyendo una bomba atómica. Y después de lo que pasó en Irak, resulta sorprendendente que los detalles de las viejas armas de destrucción masiva estén surgiendo con la misma frecuencia que lo hicieron, en su momento, las tonterías sobre el titánico arsenal de Saddam.

Esto sin mencionar el problema de las fechas. ¿Cuándo comenzó todo esto? Remontémonos hasta tiempos del sha. El viejo quería poderío nuclear. Incluso declaró querer tener la bomba porque Estados Unidos y la Unión Soviética tienen bombas, y nadie presentó objeciones. Los europeos se aprestaron a procurar medios para que el dictador cumpliera su deseo. Fue Siemens, y no Rusia, la que construyó las instalaciones nucleares de Bushehr.

Y cuando el ayatola Jomeini, el flagelo de Occidente, se volvió el líder de Irán en 1979, fue él quien ordenó que todo el proyecto nuclear se cerrara porque era obra del diablo. Sólo hasta que Saddam Hussein invadió Irán, con nuestro apoyo occidental, y se comenzó a usar gas venenoso contra los iraníes (y cuyos componentes químicos provenían de Occidente), Jomeini dio marcha atrás y revivió los proyectos nucleares iraníes.

Todo esto se ha eliminado de la historia. Fueron los mulás, de turbantes negros, quienes iniciaron el proyecto nuclear junto con el chiflado de Ajmadineyad; y ello implica que quizá Israel se vea a obligado a destruir el armamento terrorista para defender su propia subsistencia, garantizar la seguridad en Occidente, preservar la democracia, etcétera, etcétera.

Para los palestinos en Cisjordania, Israel es un poder brutal, colonizador y de ocupación. Pero tan pronto se menciona a Irán, esta potencia colonial se convierte en un minúsculo, vulnerable y pacífico Estado bajo la amenaza de extinción inminente. Y Ajmadineyad, aquí cito nuevamente a Netanyahu, se vuelve mucho más peligroso que Hitler. Las cabezas nucleares de Israel, que son muy reales y ahora ascienden a casi 300, desaparecen de la historia. La Guardia Revolucionaria iraní está ayudando al régimen sirio a destruir a sus opositores. A los medios podrá gustarles esta versión, pero no hay prueba de que sea cierta.

El problema es que Irán ha ganado todas sus guerras recientes sin un solo disparo. George W. y Tony destruyeron Irak, la némesis de Irán. Mataron a miles de soldados sunitas a los que Irán se refería como el talibán negro. En tanto, los árabes del golfo, nuestros amigos moderados, tiemblan dentro de sus mezquitas doradas mientras en Occidente se planea la suerte que ellos correrán en caso de que se desate una revolución chiíta iraní.

No es de extrañar que Cameron siga vendiendo armas a estos absurdos pueblos cuyos ejércitos, en muchos casos, a duras penas son capaces de operar comedores para pobres, ya no digamos los sofisticados equipos de miles de millones de dólares que los obligamos a comprar bajo la temible sombra de Teherán.

Vengan las sanciones, y hagan salir a los payasos.



© The Independent


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