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viernes, 26 de noviembre de 2010

Recorte de presupuesto en EEUU pone en jaque proyectos militares de perspectiva



La Comisión de la Casa Blanca para el déficit presupuestario propuso reducir en un 15% los gastos del Pentágono, que ascienden en la actualidad a unos 700.000 millones de dólares.

En caso de ser aprobada esta iniciativa, se recortará la financiación de muchos proyectos de perspectiva, desarrollados a lo largo de las últimas décadas.
Candidaturas para el recorte

A pesar de su fama de unidad de élite, el mayor afectado por los recortes puede ser la Infantería de Marina. Es muy posible que los marines se queden sin un modernísimo caza de despegue corto y aterrizaje vertical, de un nuevo carro de combate IFV y del avión-helicóptero (convertiplano) MV-22.

En caso de ser aprobada la propuesta de la Comisión, se verán afectadas también otras unidades militares: se reducirá a la mitad el número de cazas F-35A y F-35C, encargados para los próximos 5 años para la Fuerza Aérea y la Flota estadounidenses, respectivamente.
Las reducciones presupuestarias, además del retraso en la realización del programa Joint Strike Fighter (JSF) del caza F-35, podría reducir en unos 250 los aviones encargados.

Más aun, se podría llegar a cuestionar la necesidad de seguir con la realización del programa JSF, en el marco del cual se están diseñando las tres variantes del modelo F-35.
La renuncia del F-35B y la reducción en los encargos de los F-35A y F-35C amenazan con encarecer todavía más la construcción de estos cazas. 

Teniendo en cuenta que en la actualidad producir un caza de este tipo cuesta 150 millones de dólares, el recorte de producción puede elevar el costo del F-35, que al final puede igualar o hasta superar el precio del F-22, el caza de quinta generación más caro del mundo.

El F-22, un aparato de dos motores, más pesado y con mayores posibilidades, simplemente privaría de sentido la producción de los F-35.

Nuevos tipos de armamento: sueños frustrados


El escasamente exitoso arranque del programa JSF, calificado cada vez con mayor frecuencia como un fracaso, se debe a una serie de factores, en primer lugar, al elevado nivel de riesgo técnico.

El punto fuerte del programa debía haber sido la creación de un modelo de caza homologado para las Fuerzas Aéreas, la Flota y la Infantería de Marina, que sólo se diferenciara por algunos detalles técnicos. Se planeaba reducir de esta forma los gastos de producción y de explotación de los aviones.

El modelo para la Infantería de Marina, el F-35B, un avión de despegue corto y aterrizaje vertical es el proyecto más arriesgado y el más costoso de los tres modelos. El fracaso parecía estar determinado por la misma imposibilidad de hacer coincidir los requisitos técnicos formulados por los militares y las actuales posibilidades de la industria.

Sin embargo, no se hizo caso a quienes vaticinaban que este proyecto resultaría difícilmente realizable. Ni el Pentágono ni la industria militar querían desaprovechar la ocasión de hacerse con los 330.000 millones de dólares, destinados a la creación de un caza homologado de nueva generación para los Estados Unidos y sus aliados.

No obstante, las leyes del desarrollo técnico, igual que las de física, no varían porque así lo quieren los gestores de las grandes corporaciones y los altos cargos de los ministerios de defensa, que prefieren pasar por alto ciertas advertencias por parte de algunos especialistas técnicos. Como consecuencia, la realización del programa está sufriendo cada vez mayores retrasos, el precio de la construcción del caza ha triplicados ya los inicialmente anunciados 50-60 millones de dólares y todo parece indicar que seguirá creciendo.

Uno de los principales diseñadores del F-35, discutiendo los posibles problemas del proyecto, dijo lacónico: “Querían un monomotor que fuera de difícil detección, con suspensión interna y de despegue corto y ahí lo tienen”.

En el mismo principio estaban basados muchos otros prometedores proyectos, diseñados para las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, que en un futuro no muy lejano podrían ver suspendida su financiación: los carros de combate IFV, los convertiplanos (aviones/helicópteros) MV-22 y el ambicioso programa FCS (Future Combat System) que preveía la creación de toda una gama de equipo técnico y armamento para el Ejército estadounidense. 

Todos estos diseños, creados “al límite” de las posibilidades tecnológicas presentan un grado muy alto de riesgo técnico y suelen resultar demasiado costosos, al mismo tiempo que se caracterizan por una serie de fallos inesperados.

Y lo más importante es que, en cuanto a las cualidades de combate, no ofrecen ninguna ventaja en comparación con el equipo de las anteriores generaciones.

Muchos expertos, por ejemplo, dudan de la capacidad de los F-35 de triunfar en un hipotético combate aéreo contra los cazas rusos de la generación “4++”, el Su-30 y el Su-35, que son mucho más seguros, ofrecen unas mejores cualidades de combate y una mayor autonomía de vuelo.

¿Ante una retirada hacia las posiciones anteriores?

En las condiciones actuales de dificultades económicas y con una necesidad perentoria de conservar los puestos de trabajo, la mejor opción para EEUU sería volver a la producción del equipo de las anteriores generaciones.

Así, se realizará un encargo adicional de los cazas F-16 y F/A-18 en vez de los F-35. La Infantería de Marina, en vez de los convertiplanos MV-22 recibirá los conocidos helicópteros SH-60 y CH-53, lo que permitirá ahorrar, tan sólo en la compra de helicópteros, hasta 1.000 millones de dólares, conservando los puestos trabajo en la industria militar.

Sin embargo, queda patente que incluso una reducción drástica de los gastos en la compra de nuevo equipo y su sustitución por el equipo de las anteriores generaciones no ayudará a reducir significativamente los gastos militares, que no pasan sólo por los proyectos del Pentágono.

Para que el ahorro se deje sentir de verdad, EEUU debería reducir los gastos en las acciones bélicas en Afganistán, así como en el mantenimiento de las Fuerzas Armadas locales y de un sinnúmero de instructores y consejeros destinados en Irak. A lo largo de los últimos 10 años en estos objetivos se ha gastado más un billón de dólares, mientras que los gastos no han dejado ni dejarán de crecer.

Esta presión financiera junto con un desarrollo no demasiado exitoso de la campaña en Afganistán serán determinantes, sin lugar a dudas, cuando la Administración estadounidense tome la decisión de si seguir en el país o retirarse. Es difícil predecir, sin embargo, hasta qué punto estas presiones llevarán a una decisión de abandono de Afganistán por parte de las tropas norteamericanas.

Lo que sí se puede pronosticar casi con total seguridad es que la hipotética retirada de tropas junto con la suspensión de los programas militares más prometedores será un golpe muy duro para la imagen de EEUU como líder del mundo occidental y el más claro indicio de la seriedad de la crisis actual.

Sin lugar a dudas, lo entienden tanto los congresistas como la Administración presidencial. La pregunta es ¿qué se podría hacer para arreglar la situación sin perder la compostura?


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