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miércoles, 15 de diciembre de 2010

La nueva vieja crisis en la península coreana: el largo camino a Yeonpyeong

José Antonio Gutiérrez D.
Rebelión
"Aquellos que hacen correr la mayor cantidad de sangre, son los mismos que creen tener el derecho, la lógica y la historia con ellos” 
(Albert Camus, Reflexiones sobre la guillotina)


La península coreana ha entrado nuevamente en crisis, a raíz de una serie de revelaciones sobre el estado avanzado del programa nuclear del régimen de Corea del Norte y posteriormente, por el enfrentamiento entre las tropas de las dos Coreas y el bombardeo de la isla surcoreana de Yeonpyeong. Como era de esperarse, el “mundo libre”, liderado por los EEUU, puso toda la responsabilidad por el lamentable enfrentamiento en Pyongyang, llamando a endurecer sanciones en su contra y presionando a China para que “controle” a su aliado. Ambas Coreas intercambiaron amenazas y las tensiones escalaron al punto de que es temible que un conflicto pueda desatarse en cualquier momento.

Los medios internacionales, por supuesto, hicieron corillo de todas las acusaciones de Washington y unos cuantos jefes de Estado con apenas conocimiento de la realidad coreana (incluídos varios presidentes latinoamericanos), inmediatamente “condenaron” los hechos y el comportamiento “beligerante” e “impredecible” del régimen “sicótico” y “demencial” de Corea del Norte. Como en tantas otras ocasiones, estos medios y las condenas de la “comunidad internacional”, han servido más para obscurecer la real naturaleza de la vieja-nueva crisis coreana y para distorsionar las complejidades del caso con una caricatura cruda, pero que vende. En realidad, casi cualquier disparate que se afirme de la crisis coreana es aceptado sin chistar en los medios oficiales. Cada vez que se habla de Corea del Norte se añade un largo rosario de epítetos negativos para distinguirla de Corea del Sur, el cual sería, al contrario, un país “pacífico”, “democrático” y “racional”, que tiene la “mala suerte” de colindar, casualmente, con el “prototipo del despotismo oriental”.

Es por ello que consideramos pertinente tratar de rasgar la superficie de la crisis para tratar de entender la complejidad de Corea, donde se enfrentan varios intereses, tanto nacionales como internacionales, y donde los maniqueísmos y las caricaturas grotescas no ayudan a un mejor entendimiento.

I. Los hechos: de Yŏngbyŏn a Yeonpyeong

Primero, vamos a los hechos ¿Cuáles son los hechos que han llevado a la actual crisis?

Primero, están las revelaciones de Siegfried Hecker, un científico nuclear norteamericano que fue invitado por el régimen de Corea del Norte a visitar las instalaciones de Yŏngbyŏn[1], las cuales le soprendieron por su modernidad y por su capacidad de enriquecimiento de uranio mucho mayor que la que sospechaba. Lo cual, como de costumbre, levantó un voladero de plumas por parte de EEUU, que inmediatamente condenó el programa nuclear norcoreano como una amenaza global. De nada sirvió, entre otras cosas, que Hecker asegurara que no hay ninguna evidencia para afirmar que estas facilidades se están usando con fines bélicos, o con fines ajenos a la producción de energía (pese a que señaló que las facilidades podían potencialmente ser adaptadas para ser utilizadas con fines bélicos)[2].

Tres días después, Corea del Sur realizaba una serie de ejercicios militares cerca de la frontera con Corea del Norte, en aguas en disputa, en los cuales se utilizó fuego de artillería[3]. En esta región ya había habido numerosos enfrentamientos, siendo los más graves los de 1999, 2002 y 2009, en los cuales no pocos marineros norcoreanos habían perdido la vida. Cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta que era una apuesta arriesgada realizar esta clase de ejercicios en una zona con historia de conflictos, lo cual constituía nada menos que un acto provocador. A esto, Corea del Norte respondió enviando, primero, un telegrama exigiendo al régimen del Sur que no hubiera disparos de artillería. Corea del Sur no respondió y el bombardeo empezó seis horas más tardes, resultando en dos militares y dos civiles surcoreanos muertos[4].

Estos dos acontecimientos han llevado a EEUU y sus aliados a encontrar una nueva ocasión para tildar a Corea del Norte de ser una “amenaza global”, de ser el país “más peligroso del planeta”, y pedir que se refuercen las sanciones en contra del régimen debido a su comportamiento “beligerante”. Otros exageraron la nota alegando que este era el enfrentamiento más grave desde el armisticio de 1953. Pero en este punto es necesario hacerse un par de preguntas: ¿qué tan cierto es que Corea del Norte sea una amenaza global? ¿Qué tan cierto es que Corea del Norte sea la única responsable de las frecuentes “provocaciones” en la península coreana? ¿Es Corea del Sur una mansa paloma asediada por un vecino “paranoico y militarista”? ¿Qué tan cierto es que este hecho haya sido particularmente grave en vista de una historia de enfrentamientos tanto o más graves que éste? ¿Qué tan cierto es que este incidente fue una provocación inesperada?

Es imposible responder a estas preguntas sin tener un poco de contexto sobre la historia del conflicto entre ambos Estados y la compleja constitución de la realidad económica, social y política de la península coreana. 

II. Un poco de contexto histórico: un conflicto de profundas raíces

La crisis de Yeonpyeong no es un incidente aislado, sino que el último en una larga historia de hostilidades de la cual se quiere culpar exclusivamente a Corea del Norte. Tal visión no solamente es ingenua, sino que además alimenta las pretensiones hegemónicas de EEUU en Asia, al presentarse éste así como el garante último de la paz, cuando en realidad, su presencia originó y ha alimentado el conflicto por décadas.

Para entender la compleja cadena de acontecimientos y procesos sociales que llevaron al presente estado de cosas, uno tendría que remontarse a comienzos de siglo, cuando comienza la penetración japonesa en la península, que sirvió de puente para el proyecto imperialista-expansionista japonés, el cual será últimamente derrotado en la Segunda Guerra Mundial. En 1907 Japón convierte a Corea en un protectorado, y desde 1910 Corea es anexada, convirtiéndose en una colonia. Durante este período comienza un cierto proceso de modernización forzado y se moviliza la mano de obra coreana para alimentar la maquinaria de guerra e industrial japonesa. Corea, además, sirvió de puente para la penetración japonesa a China. La península coreana se encuentra en un punto neurálgico, de vital importancia estratégica en el Noreste Asiático.

Tras largas décadas de resistencia anticolonial, el término de la Guerra Mundial pone fin al colonialismo japonés y la parte norte del país es ocupada por la URSS, mientras que la parte sur es ocupada por los EEUU. Con el paso del tiempo, se consolidan dos regímenes políticos diferentes, los que eventualmente serían conocidos como la República Popular Democrática de Corea (RPDC), en el Norte, y la República de Corea, en el Sur. Entre ambos Estados post-coloniales se libró, desde 1950 hasta 1953 una guerra brutal y devastadora, en la cual el país quedó reducido a ruinas, y donde los EEUU practicaron atrocidades que no fueron siquiera superadas más tarde en Vietnam[5].

La península coreana quedó en una situación extremadamente anómala después de 1953, pues esta guerra en un sentido estricto aún no termina, ya que solamente se firmó un cese al fuego, un armisticio. Desde entonces, la frontera entre ambos países (la llamada zona desmilitarizada) es una zona de enormes tensiones, donde frecuentemente se intercambian disparos de lado y lado, y en donde cualquier error de cálculo de alguna de las partes podría tener consecuencias apocalípticas. Como si esto fuera poco, aún hay más de 30.000 US Marines ocupando Corea del Sur, lo cual hace ver a la península como una especie de fósil de la Guerra Fría –funcional a las pretensiones hegemónicas de EEUU en la región. 

Al sur del paralelo 38, donde está la línea divisoria, se encuentra un régimen típicamente neocolonial, que desde mediados de los ’90 experimenta un cierto grado de democratización (aún con serias restricciones al “derecho de asociación, a las libertades políticas –está absolutamente prohibida cualquier expresión que pudiera vagamente considerarse de apología al Norte y el régimen sigue siendo fervorosamente anti-comunista), tras largas décadas de sufrir algunas de las peores dictaduras imaginables, que costaron la vida de decenas, sino de centenares, de miles de personas. Este regímen tiene una economía basada en la exportación de manufacturas, que ha tenido ciclos expansivos económicos importantes desde fines de los ‘70s, salpicados por crisis igualmente importantes, de las cuales ha sido rescatada en repetidas ocasiones por la intervención de EEUU. En todo sentido es posible afirmar que se trata de un satélite norteamericano –ni siquiera sus fuerzas militares son autónomas. Esta relación de dependencia es causa de constante malestar en una gran porción de la población civil, muchos de los cuales están hartos de la presencia militar norteamericana y de las múltiples humillaciones que ésta acarrea, incluida la extensa red de prostitución que se ha construido alrededor de las bases militares, que muchos equiparan a la explotación sexual por parte del colonialismo japonés[6]. Existe, por tanto una larga tradición de luchas sociales las cuales han sido frecuentemente reprimidas, y es gracias a estas luchas, que el sistema ha visto una cierta democratización. En épocas recientes, desde 1998, gracias a la Política de la Luz (Sunshine Policy) del entonces presidente Kim Dae Jung, por primera vez, el gobierno buscó un nivel de mayor autonomía con los EEUU, lo que inevitablemente llevó a fricciones con ese país.

Al norte del paralelo, se encuentra un régimen genuinamente originado en las luchas populares anticoloniales en los ’30 y ’40 (con obvias influencias soviéticas y chinas), que experimentó un crecimiento económico asombroso durante varias décadas -sobrepasando al Sur en todos los índices económicos y sociales- para estancarse a mediados de los ’70 y entrar en crisis aguda con el colapso de la red comercial del ex bloque “socialista” en los ’90, sumado a las diversas sanciones económicas y el embargo impuesto por EEUU desde la guerra hasta el presente. Este país, que tempranamente se negó a ser satélite de nadie, demostrando desde el propio comienzo gran independencia[7], ha teorizado su solipsismo espiritual en la ideología del Juche o la autosuficiencia, que desde los ’60 se ha convertido en la consigna que ha cristalizado su celo independentista y su extremo nacionalismo (lo cual en más de una ocasión los llevó a conflictos con la URSS y China). Su régimen político es curioso, pues en estricto rigor no es una dictadura de partido único, pero es un régimen extraordinariamente cerrado y autoritario, que tiene más de neo-confucionista que de marxista-leninista, en que la autoridad se transmite en un reducido círculo de antiguos colaboradores del fundador de la república, Kim Il-Sung, con el poder del jefe de Estado siendo transmitido en sucesión dinástica (una curiosa paradoja para un régimen que agitó tempranamente una serie de profundas medidas “anti-feudales”).

Son dos países que, pese a sus enormes diferencias, en realidad son uno sólo, pues de manera dialéctica se influyen mutuamente, se reflejan, se han moldeado el uno al otro. Y ambos comparten raíces muy profundas: estamos ante una nación con unidad lingüística, territorial, política y cultural durante al menos dos milenios. La división desde la post-guerra es, por consiguiente, un fenómeno anómalo que, en la cuenta larga de las civilizaciones orientales no es más que un breve hiato. Es imposible entender lo que ocurre ahora en la península coreana sin entender la interacción que existe entre ellos ni sin conocer esta historia de conflictos, tensiones e interferencia extranjera.

III. ¿Es Corea del Norte el eje del mal y Corea del Sur el eje del bien?

Para entender la crisis de la peníncula coreana, lo primero es abandonar las visiones maniqueas que se reparten al por mayor en los medios. Ni Corea del Sur es la encarnación del bien, ni la RPDC es la encarnación del mal. Afirmar lo contrario es igualmente erróneo. Son sencillamente dos vástagos de la Guerra Fría en un área estratégica clave, en la cual la persistente interferencia extranjera (fundamentalmente de los EEUU), exacerba tensiones que de otro modo se hubieran solucionado hace mucho tiempo.

Toda clase de disparates, como ya hemos dicho, recibe crédito en la prensa internacional respecto a Corea del Norte. Entre todos los absurdos, se ha llegado a afirmar que los futbolistas que participaron en el último mundial fueron sometidos a humillaciones públicas y hasta trabajos forzados por su pobre desempeño, afirmaciones sin ninguna base originadas en una emisora anti-comunista de Seúl, pero igual la noticia apareció en toda la prensa mundial[8]. Todo esto alimenta la visión de que Pyongyang es el mal absoluto y Seúl el bien absoluto. 

¿Es la RPDC un Estado particularmente beligerante?

Una de las acusaciones favoritas de la prensa internacional, es el carácter beligerante de Pyongyang. Sin lugar a dudas que Corea del Norte tiene un ejército enorme, de alrededor de 1 millón de personas (de un total de 23 millones) y que una parte importante del presupuesto nacional se destina a las fuerzas armadas. También es cierto que el ejército desde mediados de los ’90, cuando Kim Jong-Il, el hijo de Kim Il Sung, asume el gobierno, ha visto aumentar su rol político gracias a la política llamada Sŏn’gun, la cual consiste en privilegiar al ejército en los asuntos del Estado, aún por sobre el partido[9]. Pero todo esto debe ser entendido en su contexto.

Mientras se habla mucho del gasto militar de Corea del Norte, que es equivalente al 30% del presupuesto nacional, no se dice que Corea del Sur, aparte de contar con más de 30.000 tropas norteamericanas, tiene un gasto militar mayor que todo el Producto Interno Bruto de Corea del Norte (el Sur gastaba en 1990 U$8.000.000.000 comparado con U$2.000.000.000 que era lo que gasta el Norte en defensa)[10]. Siempre se comenta en las agencias de prensa internacionales, con gran alarma, que el 70% de las tropas norcoreanas se encuentran estacionadas muy cerca de la frontera, a escasas 60 millas de Seúl; pero rara vez se menciona que el 90% de las tropas surcoreanas están estacionadas también cerca de la frontera, a escasas 60 millas de Pyongyang[11]. Difícilmente puede afirmarse que el Sur es una “mansa paloma”, un Estado pacífico; estos detalles sobre el militarismo del Sur, que los medios siempre pasan por alto, ayudan a entender un poco mejor el panorama…

Todo el tiempo ocurren intercambios de fuego en la frontera, a veces iniciados desde el Norte, a veces desde el Sur. El régimen del Sur, por ejemplo, tiene una división especial del ejército especializada en cruzar la frontera y realizar actos de sabotaje. El Norte también ha hecho lo mismo. Es una situación de hostilidad mutua pero desigual, en la cual el Sur tiene un poderío mucho mayor, tanto por su propia fuerza militar, como por contar con el patrocinio de los EEUU. Es por ello que la RPDC vive bajo la amenaza permanente de la intervención militar, y su carácter militarizado y autoritario es una de las consecuencias de esa situación histórica en la cual le ha tocado desarrollarse. 

El académico norteamericano Bruce Cumings, uno de los que internacionalmente mejor conocen la realidad coreana, entrega la siguiente visión que describe de manera muy precisa al militarismo del régimen: "Hay otra manera de ver a este país: se le puede ver como una nación pequeña, tercer mundista, post colonial, que ha sido gravemente herida, primero por cuarenta años de colonialismo japonés, y luego, por sesenta años de división nacional y guerra, la cual es profundamente insegura, y está amenazada por el mundo a su alrededor. Razón por la cual proyecta una imagen temible”[12]. 

Esa imagen temible, su poderío militar, es la razón por la que no han sido atacados en varias ocasiones, incluso en épocas recientes. 

¿Es la RPDC un Estado paranoico?

Este es uno de los epítetos favoritos de los medios internacionales. Cada vez que se habla de Kim Jong-Il o del Estado norcoreano, se dice que son “paranoicos”, automáticamente. Dejando de lado la discusión sobre si un Estado consolidado en más de seis décadas puede ser explicado de manera satisfactoria por una debilidad psiquiátrica del jefe de Estado (lo cual evidencia la pobreza de los “análisis” sobre la RPDC que llenan la prensa internacional), esta acusación puede ser respondida con la sabiduría popular: que uno sea paranoico, no significa que nunca lo persigan.

La RPDC es un Estado en el cual las redes de inteligencia y de vigilancia han penetrado todas las esferas de la vida. Hay razones históricas para ello: la red de vigilancia del regimen, mezcla de influencias soviéticas y japonesas, se creó en un contexto (1946-1948) en el cual efectivamente había una importante penetración de agentes del Sur encargados de desestabilizar el Norte[13] (de igual manera, el Norte tenía lazos con los grupos guerrilleros que estaban librando su propia lucha en el Sur, la cual fue ahogada en sangre con cientos de miles de ejecutados por las fuerzas de EEUU y del Sur). Desde entonces, el Sur ha organizado miles de acciones de sabotaje y terrorismo en territorio norcoreano, incluidos intentos de asesinatos del jefe de Estado (el Norte también realizó actividades similares en el Sur).

Pero la “paranoia” está íntimamente ligada con la “beligerancia”. Recordemos que esa “imagen temible” que poyecta Pyongyang es un escudo en contra de la amenaza de intervención permanente. Recientemente, al menos en dos ocasiones, los EEUU consideraron seriamente la posibilidad de un ataque “preventivo” en contra de la RPDC: 

1. A mediados de 1994, durante una de las crisis por las negociaciones nucleares, el entonces presidente Clinton reconsideró esta alternativa solamente cuando asesores y expertos militares calcularon el precio de una aventura militar con el Norte: 52.000 bajas de soldados norteamericanos, 490.000 bajas en las tropas de Corea del Sur, a un costo de U$61.000.000.000 solamente en los primeros 90 días. Otro cálculo, hecho por el Estado Mayor norteamericano en esos meses, elevaba la cifra de soldados norteamericanos muertos a 80.000-100.000, con un costo directo de U$100.000.000.000 y con un costo indirecto de U$1.000.000.000.000 (un trillón)[14]. 

2. En 1998, durante otra crisis nuclear, el General norteamericano Raymond P. Ayres, amenazó con un ataque preventivo, con una guerra total para destruír al regímen del Norte y luego instalar un gobierno de ocupación del Sur. Dijo, además que todos los recursos de los EEUU se movilizarían para efectos de “matarlos a todos”. Pero el Pentágono calculó que se necesitarían movilizar unos 640,000 efectivos militares de todas las ramas de las fuerzas armadas, para derrotar al Norte. Tras este cálculo desastroso, las declaraciones virulentas volvieron a dar paso a la diplomacia[15].

Todo el tiempo existe una hostilidad permanente entre las partes, y existen hasta juegos de video en los que la tarea es invadir Pyongyang. Varios de estos juegos han sido prohibidos incluso en Corea del Sur pues el estereotipo del norcoreano diabólico es altamente ofensivo para la mayoría de la población[16]. ¡Imaginemos qué diría la “comunidad internacional” si existiera un juego de video en el cual el “héroe” debiera poner una bomba en la Casa Blanca! Incluso, en Marzo del 2011 aparecerá un nuevo juego de video, que se trata de una supuesta invasión norcoreana de los EEUU en el cual el “héroe” debe participar en la resistencia contra el invasor… según los comentaristas, el juego es eficaz en generar odio hacia los coreanos[17]. Quizás lo que se busca con ese odio y alimentando el temor irracional a una imposible invasión norcoreana es pavimentar el terreno para las futuras acciones “preventivas” que posiblemente contempla el Pentágono en contra de Pyongyang.

¿Es la RPDC un Estado impredecible? 

El caso del bombardeo de Yeonpyeong refuta el carácter supuestamente “impredecible” de Pyongyang

Esta es otra de las acusaciones que se hacen frecuentemente sobre la RPDC. La acusación del carácter impredecible de la RPDC se liga al supuesto de que se está ante un Estado controlado por dementes (o incluso que toda su población son dementes[18]), y esto, se liga a la conclusión de que un Estado de dementes representa una amenaza global. Y como reza un famoso proverbio haitiano “Cuando quieren matar a un perro, dicen que está loco”. 

Dice Cumings al respecto:

“Predecir el comportamiento de personas dementes es por definición imposible, y los funcionarios norteamericanos constantemente argumentan la imprevisibilidad de Pyongyang. Yo digo que, por el contrario, el comportamiento de Corea del Norte ha sido bastante predecible y que los medios irresponsables de los EEUU, casi por completo carentes de buenos periodistas investigativos, frecuentemente (pero no siempre) azuzados por funcionarios de gobierno, obscurecen la naturaleza real del conflicto de EEUU y Corea.”[19]El régimen de Pyongyang ha sido extraordinariamente predecible tanto en las negociaciones nucleares (a las cuales no referiremos más adelante), como ante la cuestión de los ejercicios militares cerca de la frontera y en zonas en disputa. Nos referiremos con un poco de detalle a este último asunto, por tener relevancia para entender los sucesos de Yeonpyeong.

Imaginemos el siguiente escenario improbable: supongamos que México se aliara con Irán después de una guerra con los EEUU, y que decidieran, después de esto, hacer ejercicios militares en Tijuana. Me imagino que la reacción norteamericana no sería cruzarse de brazos, aún cuando México reclamara que son ejercicios de rutina. Esta situación es exactamente lo que ocurre con los ejercicios conjuntos en la península coreana ¿Por qué esperamos que Corea del Norte reaccione de manera diferente a como reaccionaría casi cualquier otro país?

Por décadas, el régimen de Pyongyang ha protestado enérgicamente en contra de los ejercicios conjuntos entre Corea del Sur y los EEUU, los cuales Kim Il Sung describió, visiblemente irritado, como “preparativos para una invasión” en una reunión en 1993 con un funcionario norteamericano[20]. Esto no es algo para nada nuevo.

La RPDC, un país extraordinariamente nacionalista, ha sido clara que no dejará pasar una violación a un 0.001 milimetros de su territorio soberano. Lo dijeron sus líderes hace un par de semanas después del incidente de Yeonpyeong. Pero lo han dicho en innumerables ocasiones previas.

Esto lo reconoce uno de los mismos voceros de los intereses económicos norteamericanos, la publicación “atlanticista” británica The Economist: “Corea del Norte ha amenazado en repetidas ocasiones con severas represalias si se realizan ejercicios militares en aguas en disputa cerca de su frontera que involucren fuego de artillería, como los de Noviembre” [21].

Es más, horas antes del bombardeo, se avisó expresamente a Corea del Sur que pararan los fuegos de artillería. No fue un ataque venido de la nada, impredecible, sino que perfectamente explicable por las tensiones acumuladas en seis décadas y, particularmente, en la última década en que Yeonpyeong y las zonas circundantes en el Mar Amarillo, han sido escenario de varios enfrentamientos militares entre ambas partes. Citamos algunos de los casos más importantes de conflicto:


Junio de 1999: primera “batalla” de Yeonpyeong, en la cual algunos medios calculan la muerte de unos 17 ó 30 marinos norcoreanos.
Junio del 2002: segundo enfrentamiento, en el cual murieron 13 marinos norcoreanos y 6 surcoreanos.
Noviembre del 2009 un patrullero naval norcoreano sufrió un ataque por parte de fuerzas surcoreanas y murieron 10 marinos norcoreanos.[22]
Luego vino el hundimiento de la corveta surcoreana Cheonan en Marzo del 2010, incidente en el cual 46 marinos surcoreanos murieron.
Automáticamente el Norte fue culpado, pese a que ellos han negado su participación. No se sabe qué pasó antes del incidente, ni qué hacía el Cheonan en aguas en disputa. Aún cuando es probable que haya sido el Norte quienes hundieron al Cheonan, esto no fue una “provocación” como se dijo en los medios, sino un hecho más en una serie de lamentables agresiones mutuas –muchas de las cuales, sino la mayoría, fueron iniciadas por el Sur. Pero lo “curioso” es que en este caso (y no el ’99, ni el ’02, ni en el ’09) la “comunidad internacional” sí reaccionó, condenando al Norte sin siquiera intentar comprender las circunstancias del incidente[23].

De igual manera, el bombardeo de Yeonpyeong, no ocurre, como se presenta en los medios, de manera espontánea. Yeonpyeong no es una zona turística que el Norte bombardeó “porque si”. Es una zona en disputa donde hay una historia de hostilidades y agresiones mutuas, donde Corea del Sur está muy lejos de ser la víctima. 

No se trata aquí de defender el bombardeo de Yeonpyeong, o de tomar partido por uno u otro bando en este incidente particular. El punto es otro. El punto es que las acciones de la RPDC no son impredecibles como se dice, no ocurren de la nada; son perfectamente entendibles si se entiende el contexto de la región, y si se conoce medianamente la conflictiva historia de la península. Como dice Cumings:

“La RPDC no es un lugar agradable, pero es un lugar entendible, un Estado anticolonial y antiimperialista que se ha desarrollado a partir de medio siglo de dominio colonial japonés y de otro medio siglo de continua confrontación tanto con los EEUU como poder hegemónico como con una Corea del Sur más poderosa, con todas las deformaciones predecibles del caso (Estado militarizado, políticas totalitarias, actitud recalcitrante hacia el mundo externo) y con una atención extrema a las violaciones a sus derechos como nación”[24].

¿Provocaciones de la RPDC?

Según las agencias de prensa internacional, casi todos los actos de Pyongyang son provocaciones. Las acciones de Seúl no lo son. Podría extenderme bastante en este asunto, pero mencionaré algunas provocaciones recientes contra Pyongyang: el discurso de Obama a los soldados norteamericanos estacionados en Corea del Sur, durante la cumbre del G-20, no fue sino una larga provocación, en la cual en el 60 aniversario de una de las guerras más brutales de la historia, de la cual aún hay heridas abiertas, justificó y aplaudió no solamente el rol deplorable y criminal que tuvo el ejército norteamericano, sino que defendió que 60 años después siga allá[25]. Mencionemos también que el gobierno de Corea del Sur sacó un documento en el cual llama a endurecer la línea con el Norte, declarando la “Política de la Luz” (Sunshine Policy) como un fracaso[26]. Ya hemos mencionado los entrenamientos en la frontera con fuego de artillería… todo esto ocurrió en el lapso de dos semanas previo el incidente de Yeonpyeong. ¿No constituyeron todos estos hechos una serie de provocaciones que contribuyeron a calentar los ánimos?

¿Cuál fue la respuesta de Seúl-Washington al ataque de Yeonpyeong? Realizar otro ejercicio militar conjunto en el Mar Amarillo, esta vez con el portaaviones nuclear USS George Washington. ¿No es acaso eso una provocación? Gracias a la intervención china que exigió que no se hicieran fuegos de artillería durante los ejercicios y que expresó su preocupación por la presencia del USS George Washington, estos ejercicios terminaron sin incidentes. Pero como no pasó nada, esta semana Corea del Sur ha decidido desarrollar cinco nuevos ejercicios cerca de la frontera en disputa. Y esta semana, tras la reunión trilateral entre Japón, Corea del Sur y EEUU, el llamado es a realizar muchos más ejercicios militares conjuntos, los cuales esperan tengan un efecto “disuasivo”, es decir, reconocen su carácter amenazante[27]. Parecen empecinados en irritar (provocar) a Pyongyang.

Hemos ya citado algunos ejemplos de la virulencia con la cual generales y estadistas norteamericanos y surcoreanos frecuentemente se refieren a Corea del Norte. Recordemos que después del incidente de Yeonpyeong, los generales surcoreanos llamaban a bombardear Pyongyang, vengar sus muertos a mil por uno etc.[28] El ex comandante de la fuerza aérea norteamericana en Corea, Burwell Bell, también consideó oportuno echar leña al fuego y dijo textualmente: "La próxima vez que Corea del Norte ataque, debería haber una represalia militar asimétrica adecuadamente calculada por parte de Corea del Sur"[29]. ¿Se puede negar el carácter deliberadamente provocador de todas estas declaraciones? Más aún, si se toma en cuenta que estas declaraciones no son novedosas: tienen una historia de más de seis décadas.

IV. ¿Qué está en juego con el programa nuclear de la RPDC?

El punto crítico que ha mantenido a la RPDC en el ojo del huracán por casi dos décadas, es su programa nuclear. Sin embargo, la amenaza nuclear en la península de Corea no es algo nuevo, y ciertamente, es algo que no inició el régimen del Norte.

Amenazas nucleares norteamericanas en Corea

Las amenazas nucleares en contra de Corea del Norte no son nuevas: vienen desde hace 60 años, de la época de la guerra de Corea. Douglas MacArthur, jefe supremo de las tropas norteamericanas en 1950, pidió autorización para lanzar 26 bombas atómicas sobre territorio norcoreano[30]. Sabemos el holocausto generado por tan sólo dos en Japón. ¡En Corea del Norte, se pensó arrojar 26! El plan era el siguiente, según las propias palabras de MacArthur:

“Yo habría arrojado entre 30 y 50 bombas atómicas (…) a lo largo del cuello de Manchuria (…) luego habría esparcido detrás de nosotros –desde el Mar de Japón hasta el Mar Amarillo- un cinturón de cobalto radioactivo (…) que tiene una vida activa de entre 60 y 120 años”[31]¡Y después llaman a Corea del Norte un peligro global!

Pero las amenazas no pararon con el armisiticio en 1953. EEUU ha mantenido armas nucleares en el Sur desde 1957, y para 1972 había 763 misiles nucleares norteamericanos en la península coreana. La casi totalidad de estos misiles, estaban cerca de la frontera con el Norte, y en repetidas ocasiones estos misiles habían sido transportados a la misma frontera por helicópteros durante ejercicios militares. En 1975, James Schlesinger, Secretario de Defensa de los EEUU, amenazaba públicamente a la RPDC con el uso de armas nucleares: “Si las circunstancias precisaran del uso de armas nucleares de carácter táctico (…) creo que es algo que debiera ser considerado meticulosamente”[32]. Amenazas de ese tipo fueron reiterativas. A fines de 1991, luego de una serie de acuerdos nucleares con Moscú, el entonces presidente Bush ordenó retirar las ojivas nucleares de la península coreana, pero al mismo tiempo, garantizó al régimen de Seúl que los EEUU utilizarían armas nucleares si la situación lo ameritase, aún cuando ya no hubiera misiles nucleares estacionados en la península[33]. De tal manera, el retiro de los armamentos nucleares tuvo un rol simbólico, ya que en cualquier momento podrían volver a hacer su aparición de manera bastante rápida (a través de submarinos atómicos, por ejemplo), si la situación lo “ameritase” –con lo cual, la espada de Dámocles seguía pendiendo de la cabeza de Pyongyang, como lo demostró esta semana la presencia del portaviones nuclear USS George Washington en el Mar Amarillo. Y como lo demuestran quienes en el ejército del Sur piden hoy el regreso de misiles nucleares a la península.

El programa nuclear de la RPDC: de la autosuficiencia energética a una llave para negociar la paz

Tras el desastre económico de comienzos de 1990, uno de los aspectos más importantes para Corea del Norte, consistía en conseguir una enorme cantidad de energía que ya no estaba recibiendo de la defunta URSS y que China, en plena expansión económica, no podía tampoco entregarle. Así comienza la intensificación de un modesto programa nuclear que venía desde fines de los los ’80 en las instalaciones de Yŏngbyŏn. 

Al poco andar, en el clima del Nuevo Orden Mundial, los EEUU se alarmaron crecientemente de la posibilidad de que Pyongyang pudiera obtener acceso a armas nucleares mediante este programa. Así, algo que comenzó como una necesidad de carácter económico, se convirtió en una carta de negociación política para el Norte, la única que tenía para sentar a los EEUU en la mesa de negociaciones.

Los medios internacionales a veces reducen la agenda de Pyongyang en torno a su programa nuclear a la siguiente caricatura: abandono del plan nuclear, a cambio de ayuda y cooperación. Esta es otra más de las muchas simplificaciones que obscurecen la verdadera naturaleza de lo que está en juego con las crisis coreanas.

Para nadie es un misterio lo que Pyongyang busca con estas negociaciones. El propio Kim Jong-Il lo ha dicho claramente en más de una ocasión, como lo señaló en un mensaje a Bush en Noviembre del 2002, en el que dijo "Si los EEUU reconocen nuestra soberanía y nos aseguran que no van a agredirnos, creemos que es factible encontrar un camino para resolver la cuestión nuclear en cumplimiento de las demandas del nuevo siglo (…) Si los EEUU toman esta decisión audaz, nosotros responderemos de igual manera".[34]

La esencia de lo que Pyongyang quiere a cambio de su programa nuclear, se resume en el Acuerdo Marco de la RPDC con los EEUU en Octubre de 1994. Este Acuerdo Marco se logró gracias a la mediación del ex presidente Jimmy Carter, en medio de una aguda crisis que se arrastró entre 1993-1994 la cual pudo llevar a una guerra total. Vale la pena revisar algunos de sus puntos centrales, pues al contrario de lo que muchos puedan pensar, las demandas de Corea del Norte no son para nada “irracionales” como se les presenta frecuentemente, y no constituyen nada que los EEUU y la “comunidad internacional” no podrían cumplir con un poco de voluntad política: 


Compromiso de los EEUU de organizar la adquisición, por parte de la RPDC de reactores nucleares de agua leve (menos proclives para la elaboración de armamento nuclear). A cambio, Pyongyang se comprometió a cesar sus actividades en sus reactores nucleares existentes y a aceptar inspecciones regulares.
Para el 2003, estos reactores nuevos tendrían que estar concluídos y Pyongyang tendría que desmantelar sus antiguos reactores. EEUU entregaría 500.000 toneladas de fuelóleo hasta que estos reactores de agua leve estuvieran terminados, para compensar las pérdidas energéticas.
Ambos Estado se comprometieron a reducir barreras al comercio y la inversión.
Ambos países abrirían oficinas de enlace diplomático en sus respectivas capitales, como un primer paso hacia la normalización de las relaciones.
Los EEUU tienen que formalizar un compromiso de no volver a amenazar a Corea del Norte con el uso de armamento nuclear. Pyognyang retomaría los compromisos de la declaración conjunta del Sur y del Norte para la desmilitarización de la península.
Se retomarían los diálogos Norte-Sur[35]. 

Como se puede ver, se desprende de este acuerdo una voluntad del gobierno norcoreano de “vietnamizarse”, normalizando y estrechando las relaciones con los EEUU (a los cuales ni siquiera les piden retirarse de la península como pre condición), aumentando la inversión en el país y los vínculos comerciales. Es precisamente la situación anómala de una “Guerra Fría” atávica en la península la cual no ha permitido ese giro en la política norcoreana, como sí ha ocurrido en Vietnam.

Casi dos décadas de forcejeo diplomático en torno al tema nuclear

Hay que mencionar que, después de la aprobación del Acuerdo Marco de 1994, Corea del Norte detuvo su programa nuclear y permitió las inspecciones del Organismo Internacional de Energía Atómica. Pero EEUU fracasó en hacer ninguna clase de progresos significativos en sus compromisos, y el Congreso (dominado por Republicanos) boicoteó el Acuerdo y se opuso abiertamente a él. Ni siquiera se levantaron las sanciones económicas y el bloqueo impuesto por EEUU mediante el Decreto de Comercio con el Enemigo (recordemos que técnicamente ambos Estados aún están en guerra) y otros cuatro decretos más aprobados en los ‘70s y ‘80s que han tenido un efecto desastroso sobre la economía norcoreana. La RPDC expresó en repetidas ocasiones su frustración, particularmente en 1998, cuando anunció que retomaría su programa nuclear –con lo cual se volvió a ciertas negociaciones sobre la implementación del acuerdo[36]. Escasamente, el 2000 se permitió la importación de ciertos bienes de consumo a Corea del Norte y el envío de remesas de los EEUU a la RPDC. Pero eso fue todo. 

Con George W. Bush en el poder desde el 2001, la situación se complicó mucho más al ser incluida la RPDC en el “Eje del Mal”. El régimen de Bush no ocultaba su intención de invadir Corea del Norte y derrocar a Kim Jong Il –la única razón por la cual no lo hicieron, al parecer, fue por sus dudas de que la RPDC pudiera tener armas de destrucción masiva, con lo cual la atención se desvió hacia Irak (país el cual sí fue atacado por la certeza de que no tenía este tipo de armamento). Pero la RPDC sigue estando en la lista negra de Washington y no son pocos los sectores que prefieren terminar el conflicto de seis décadas por vía militar y no por negociaciones.

Debido al fracaso para implementar el acuerdo, hacia el 2003 Pyongyang renunció al Tratado de No Proliferación Nuclear y retomó su programa nuclear, lo cual llevó a una nueva modalidad de negociaciones. El espíritu de este Acuerdo Marco sigue guiando la política norcoreana en estas negociaciones “A Seis Partes” iniciadas entre la RPDC, la República de Corea, EEUU, Rusia, China y Japón[37]. Aparecieron las mismas o muy similares demandas en las rondas de negociaciones del 2005 y 2007. Pero el avance ha sido lento, con bastante oposición, alternativamente, tanto en Washington como en Seúl (sobre todo con la elección del presidente Lee el 2008, que desechó la política de diálogo de los anteriores presidentes Kim Dae Jung y Roo Moo-Hyun). No se han hecho todos los progresos acordados y se ha puesto el peso de la implementación fundamentalmente en Pyongyang, a quien se le exige el desmantelamiento de sus instalaciones nucleares sin implementar otras alternativas enérgeticas ni compensar los costos económicos para Corea del Norte, lo cual es, previsiblemente, inaceptable para ellos. 

La “política” norteamericana ha oscilado erráticamente entre la negociación de mala fe o indirecta (con el ex presidente Carter, por ejemplo), y la negativa franca a negociar, o bien para no “legitimar” al régimen de la RPDC, o bien porque negociar sería “recompensar su mala conducta”. Actualmente, la “política” oficial es no negociar para no “recompensar mal comportamiento” –nótese el lenguaje paternalista y colonial. Dicho sea de paso, el mismo gobierno de EEUU que no quiere negociar con Pyongyang por su “mal comportamiento”, no encuentra ningún obstáculo para seguir participando en las negociaciones de Israel con los palestinos, pese al comportamiento brutal del Estado sionista, que bombardea, miente, engaña, secuestra y avanza con su programa de asentamientos para colonos mientras las negociaciones siguen su curso –esto es solamente para demostrar la hipocresía del argumento.

Mientras tanto, Pyongyang se ha dedicado a presionar mediante arriesgadas insinuasiones sobre sus capacidades nucleares (y con dos presuntas pruebas en el 2006 y el 2009) para forzar el retorno a la mesa de negociaciones.

Según la información de Hecker, todo indica que el programa nuclear pareciera seguir siendo primordialmente para fines pacíficos, no militares. Empero, su informe demuestra la capacidad del régimen de avanzar en el programa nuclear pese al aislamiento al que ha sido sometido por las sanciones norteamericanas. Lo cual entrega una señal inequívoca: los EEUU no pueden seguir ignorando a la RPDC, pues mientras las negociaciones no avanzan, el programa nuclear sigue avanzando. Los EEUU no pueden dejar márgen para las sospechas y quieren evitar una RPDC con capacidad nuclear a toda costa: las únicas alternativas que les quedan por delante, son, o se vuelve a la mesa de negociaciones, o se realiza un “ataque preventivo”. Estoy convencido que las crecientes provocaciones en la frontera han sido alimentadas con la esperanza de crear el ambiente propicio para hostilidades, lo cual abre las puertas para un ataque, o bien presiona a retomar las negociaciones, pero con una RPDC bajo presión y ojalá aislada de China. Es una apuesta delicada, pues a la RPDC también la conviene crear una situación crítica que favorezca su propia apuesta y capacidad de negociación. Y en un medio tan volátil como el paralelo 38, cualquier pequeña desviación del libreto puede llevar a consecuencias catastróficas.

EEUU: una política nuclear hipócrita

Es necesario destacar la hipocresía de quienes condenan a la RPDC por pretender romper el monopolio del armamento nuclear en la península, mientras defienden a los EEUU, país que tiene suficiente capacidad atómica como para destruir ocho veces toda forma de vida sobre el planeta, y que sigue rondando la península con portaaviones y submarinos nucleares. Recordemos, cuando se cita a la RPDC como el “Estado más peligroso del mundo”, que el único país en el mundo que ha utilizado bombas atómicas, son los EEUU, que en Hiroshima y Nagasaki masacraron cobardemente a 250.000 civiles que se dirigían a la escuela o al trabajo. No solamente eso, sino que los EEUU recientemente, en la “Nuclear Posture Review” (Revisión de la Posición Nuclear) del 2002, en medio de la demencia guerrerista previa la Invasión de Irak, desarrollaron un plan de contingencia para la utilización de armas nucleares en contra de China, Corea del Norte, Irak, Irán, Libia, Rusia y Siria –y pidieron desarrollar armas nucleares para “operaciones quirúrgicas”, restringidas, que reduzcan los “daños colaterales”[38]. En la versión del 2010 de este documento, se habla mucho de la promesa de Praga de Obama de reducir el arsenal nuclear norteamericano (quizás más que nada como una maniobra de relaciones públicas), pero se dice que “mientras existan armas nucleares en el mundo, los EEUU deben mantener un arsenal nuclear seguro, a salvo y efectivo” –poniendo la realidad patas para arriba, pues si hoy vivimos en un mundo en el que existen armas nucleares, es gracias a los EEUU. Se pide, consecuentemente, el traspaso de U$5.000.000.000 del departamento de seguridad al de energía para modernizar su infraestructura nuclear militar y mencionan haber iniciado un programa para extender la vida activa de los misiles nucleares [39]. 

Más aún, los EEUU, como hemos visto, llevan décadas amenazando, como un vulgar matón de barrio, a Pyongyang con utilizar armas nucleares en su contra… ¡qué paradoja que los “bondadosos” norteamericanos, que lloran lágrimas de cocodrilo por los derechos humanos de los “pobres norcoreanos”, no vacilarían en fritarlos como chicharrones si las altas necesidades estratégicas de EEUU así lo requirieran![40]

Como prueba de la hipocresía del discurso de la No Proliferación en labios norteamericanos, tenemos que George W. Bush no vaciló en pasar por encima del Tratado de No Proliferación para hacer un acuerdo de cooperación con la India el 2008. Hasta donde sé, fuera de la izquierda india, nadie pareció molestarse mayormente por esto, y no he escuchado a ningún Estado pidiendo sanciones ni para la India, ni mucho menos, para los EEUU[41].

Todos los ciudadanos del mundo con algo de sensibilidad social y con un mínimo de preocupación por el destino de nuestro planeta, deberían oponerse a la proliferación nuclear, venga de donde venga, –pero poniendo el énfasis en aquellos países que, efectivamente, tienen armamento nuclear para que lo desmantelen. Sin embargo, como se ve, los EEUU no tienen ningún derecho (más allá del que otorga la fuerza) para convertirse en guardián internacional de la No Proliferación –ni para buscar sanciones ni contra Irán, ni contra la RPDC, ni contra nadie. Como lo explica Cumings:

“El principio esencial del régimen de No Proliferación es que los países que no tienen armas nucleares no puedan ser amenazados por los que sí las tienen (…) En 1996, la Corte Penal Internacional de La Haya declaró que el uso o la amenaza de uso de armas nucleares debería ser proscrito como el ‘mayor de los males’. Sin embargo, fue incapaz de llegar a una decisión sobre si el uso de armas nucleares en caso de autodefensa se justificaba o no: ‘La Corte no puede concluir de manera definitiva si la amenaza o el uso de armas nucleares es legal o ilegal en circunstancias extremas de autodefensa, en el cual la misma supervivencia de un Estado esté en juego’. Desde esta perspectiva, Corea del Norte está más justificada en desarrollar armas nucleares que los EEUU al amenazar con aniquilar a una Corea del Norte sin armas nucleares”[42]Este argumento encuentra eco en las declaraciones extraordinarias del ministro de relaciones exteriores norcoreano, Pak Ui-chun, quien recientemente declaró (sin lugar a dudas para presionar la vuelta a las negociaciones) que su país se ve forzado, por la beligerancia surcoreana y norteamericana (recordemos que los EEUU se han negado desde el Acuerdo de 1994 a dar garantías formales de que no amenazarán con armas nucleares a Pyongyang), a desarrollar un poderío nuclear defensivo, de carácter disuasivo[43].

V. La importancia estratégica del Noreste Asiático

Asistimos a un escenario global impredecible, en el cual las crisis económicas y el surgimiento de nuevas potencias mundiales y regionales, genera luchas por mercados, por posiciones geoestratégicas y tensiones hegemónicas. Asia es un escenario crucial dentro de esta acumulación de tensiones hegemónicas: Rusia amenaza con carrera armamentista debido a la presión militar norteamericana[44]; el auge económico y político de China es una causa de preocupación para Washington y sus aliados, a lo cual se suma su proceso de modernización y desarrollo militar[45]. Si a esto sumamos la continuidad de las políticas de Bush (quien nunca quitó el ojo de encima a la RPDC) en el gobierno de Obama, continuidad que no expresa sólo un mismo proyecto imperial, sino que una misma estrategia de guerra hegemónica “preventiva”, tenemos un escenario bastante alarmante[46]. Aún cuando la crisis coreana responda a una dinámica interna, que le es propia, el escenario global y regional no deja de tener un impacto profundo en la crisis, exacerbando sus tendencias internas.

La mano de EEUU en la crisis

Las revelaciones de Hecker demuestran una cosa, aún cuando enfatice que el programa es pacífico: la RPDC ha desarrollado, pese a las sanciones, una capacidad nuclear mayor de lo que se esperaba. La “política” de los EEUU desde Bush hasta ahora, pareciera haber estado basada en la ingenua creencia de que el régimen de Pyongyang caería en cualquier momento debido a las sanciones y al supuesto malestar interno[47]. En esa vana esperanza, dilataron las negociaciones y, básicamente, se hicieron a un lado a ver qué pasaba.

Pero en ausencia de progreso en las negociaciones, Pyongyang ha sido capaz de seguir desarrollando su potencial nuclear. EEUU y Corea del Sur (y Japón) no van a cruzarse de brazos ante esta evidencia y están explorando diferentes vías de acción, favorecidas por distintas facciones del bloque en el poder. Saben que si Corea del Norte se llega a convertir en un Estado nuclear no quedará más remedio que el canal diplomático y eso eliminiaría definitivamente la posibilidad de resolución bélica del conflicto o de la contención por disuasión militar, lo cual heriría de muerte la hegemonía norteamericana en la región. Se cree que Pyongyang podría tener un par de ojivas nucleares, pero no se sabe esto con certeza. Esa incertidumbre ha sido hábilmente alimentada por el régimen, convirtiéndose así en una operación de alto riesgo cualquier acción bélica en contra de la RPDC.

Es probable que elementos dentro de los EEUU (y de los halcones militares en Seúl), en el actual momento, quieran forzar una escalada del conflicto y de las provocaciones hasta ocasionar una guerra total, pues saben que es ahora o nunca, saben que la puerta de la intervención bélica puede cerrarse definitivamente muy pronto si la RPDC logra acumular un arsenal nuclear por modesto que sea. El comportamiento del Pentágono y las declaraciones de los generales, así parecen darlo a entender[48]. 

Es probable que haya otros sectores, principalmente vinculados al Departamento de Estado, que quieran forzar una situación límite en la cual China sea llevada a romper relaciones con Corea del Norte y aumentar así el aislamiento de este país, para forzar su rendición, eventual absorción por parte de Seúl y eliminar así definitvamente la posibilidad de que desarrolle tecnología nuclear. Eso sería un triunfo geopolítico formidable para el alicaído Obama[49]. Pero esta apuesta parece ser bastante improbable; pese a que EEUU quiere forzar a China a romper con Corea del Norte[50], China ha sido claro: pese a tener buenas relaciones con EEUU desde los ’70 y con Corea del Sur desde los ‘90, tampoco están para servir a intereses geopolíticos ajenos. No se dejaron arrastrar a las condenas a Corea del Norte (condenas repartidas por las grandes potencias y sus lacayos en todo el mundo, sin la menor comprensión de las complejas condiciones coreanas)[51]; bloquearon una resolución presentada ante el Consejo de Seguridad de la ONU por Inglaterra, Francia y los EEUU condenando a la RPDC por el incidente de Yeonpyeong[52]; y advirtieron sobre la presencia del portaaviones nuclear USS George Washington en aguas del Mar Amarillo, advertencias que llevaron a que no se hicieran fuegos de artillería durante los ejercicios conjuntos con las tropas surcoreanas[53]. 

Y es aún probable que haya otros sectores, también ligados al Departamento de Estado pero minoritarios, que, ante la imposibilidad de forzar una condena de China y que ésta se sume así a las sanciones y al bloqueo, y quizás con un poco de mejor sentido del enorme costo humano y económico de una aventura militar en Corea, favorezcan una solución diplomática y una vuelta a las negociaciones. Como se ha dicho, el régimen de Pyongyang no ha colapsado como lo vienen vaticinando en Washington desde 1990. Tampoco parece seguro que el regímen vaya a colapsar ni en lo inmediato ni a mediano plazo. Estos sectores, por consiguiente, favorecen negociaciones y normalización de relaciones con el gobierno de Pyongyang tal cual existe en el presente. Según su cálculo, es preferible ceder en los puntos que estipula el Acuerdo Marco de 1994, a enfrentar la posibilidad de un conflicto de consecuencias apocalípticas. El problema es cómo explorar esos caminos sin desautorizar ni a los guerreristas, ni a los que buscan aumentar las presiones en contra de Pyongyang vía China y, a la vez, sin dar la impresión de que se está “legitimando al régimen” o que se está “cediendo a sus provocaciones”. La solución favorita de los EEUU ante dilemas similares, es favorecer negociaciones indirectas. A estos sectores parece responder la iniciativa del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, quien la próxima semana estaría viajando a Corea del Norte para sostener un diálogo extraoficial con el gobierno de Kim Jong Il[54].

Y la mano de China…

China, en respuesta a las presiones norteamericanas, celebró una reunión con Pyongyang a los pocos días donde dijeron que la relación de amistad entre ambos Estados (que tiene sus raíces en la experiencia guerrillera antijaponesa común en Manchuria en los ‘30) ha sobrevivido muchas tormentas internacionales y acordaron reforzar la cooperación económica y mejorar las comunicaciones estratégicas[55]. Más recientemente, en respuesta al llamado a una alianza trilateral entre Washington-Tokyo-Seúl contra Pyongyang[56], se volvieron a reunir con su aliado coreano y consensuaron una posición conjunta que enfatiza la vuelta a las negociaciones[57].

China es, con todo, el país que más cuerdamente se comporta en la actual crisis: su llamado a retomar las negociaciones es lo acertado en este momento, en lugar de sumarse al campo de los beligerantes. El escenario bélico, ciertamente, no apetece en abolusto a China, que ya tiene suficientes problemas (avivados por Washington) en el Tibet, pero también en Xinjiang. Lejos de Beijing, al otro extremo del país, estos conflictos dan suficientes dolores de cabeza al régimen chino como para que éste se pueda dar el lujo de permitir que los EEUU le abran un nuevo conflicto en la frontera con Manchuria. China necesitas estabilidad a toda costa en su propio espacio natural de influencia, y no está para aventuras bélicas impulsadas por una potencia decadente –China está ganando día a día terreno en el escenario capitalista internacional y saben que tiene todo un mundo por ganar. China no está dispuesta a ser un peón de Washington, y aún cuando gocen de buenas relaciones, también tienen desconfianzas mutuas. China, por lo demás, no parece estar dispuesta a seguir aceptando que el Extremo Oriente siga sirviendo de patio trasero de los EEUU y sabe que el régimen de Seúl es una pieza clave en la dominación norteamericana en la región. Esto lo mencionaba hace un par de años un almirante chino, que decía que la presencia norteamericana cerca de las aguas chinas, era como tener a un “hombre con prontuario criminal paseándose por afuera de la casa de tu familia”.

La RPDC tiene gran importancia estratégica en este juego de China de volver a ganar la hegemonía sobre su área natural de influencia. La caída de Pyongyang significaría el establecimiento de un regímen con un margen muy restringido de autonomía de Washington en su propia frontera –un escenario que no les agrada en absoluto. Mejor que Pyongyang sirva, a la vez, para socavar la hegemonía norteamericana así como de tapón: “aunque China preferiría que Corea del Norte no tuviera ojivas nucleares, prefiere (…) una Corea del Norte con armas nucleares a la presencia norteamericana en su frontera”[58]

VI. Una crisis abierta, a la espera de resolverse…

Las próximas semanas serán claves para el desenlace de esta crisis abierta hace varias décadas. Los escenarios posibles son los siguientes: o el conflicto se sale de las manos y desemboca en una guerra total, de consecuencias impredecibles, o se avanza hacia una nueva ronda de negociaciones. Hay fuerzas jalando en ambos sentidos, y la posibilidad de una guerra total, considerando la dimensión atómica que necesariamente adoptaría, sería algo realmente escalofriante. Aún cuando la dimensión atómica pudiera ser providencialmente mantenida por fuera de la ecuación militar, no podría esperarse en Corea un escenario de caída relativamente rápida del régimen como en Irak. Corea del Norte es un país que ya fue ocupado en el invierno de 1950-1951 por los EEUU (y sus aliados) y Corea del Sur. El resultado fue una ocupación espantosa, ignorada y desconocida por el resto del mundo, particularmente por sus perpetradores norteamericanos, de la cual recién hoy se empiezan a conocer los detalles: se estima que la alianza Washington-Seúl masacró en ejecuciones sumarias al menos a 100.000 civiles por “comunistas” para luego arrojarlos al mar o a fosas comunes. El corresponsal de guerra del Times señalaba con inusual honestidad, en un artículo escrito el 21 de Agosto de 1950, que las tropas norteamericanas realizaban:

“acciones (…) del más completo salvajismo, no la clase de salvajismo inevitable en el campo de batalla, sino que a un tipo de salvajismo minucioso –privar de agua a aldeas completas donde el enemigo puede estar oculto, el fusilamiento y bombardeo de grupos de refugiados entre los cuales pueda haber norcoreanos… y también hay salvajismo por encargo… los policías y soldados surcoreanos que he observado en el frente de batalla son brutales. Sencillamente asesinan para ahorrarse el esfuerzo de llevar prisioneros a la retaguardia; asesinan civiles sencillamente para sacarlos del camino, o sencillamente para evitar el trabajo de tener que revisarlos e interrogarlos. Y obtienen información –información que nuestras fuerzas necesitan y solicitan a los interrogadores sudcoreanos- con métodos tan brutales que no se pueden describir”Esto sigue siendo una memoria quemante en el subconciente del pueblo norcoreano, cuyo pueblo resistirá por todos los medios una nueva invasión. Este factor no debe ser subestimado. La memoria de la ocupación de 1950-1951 alimenta al régimen en sus eternos preparativos para resistir la próxima aventura militar del Sur:

“Esta historia atroz es aún una memoria viva en Corea del Norte, y debe serlo: aquellos golpeados con la palanca de la historia (…) no olvidan. Tal violencia es, de hecho, la más duradera forma de nemotecnia. Los coreanos viven en una cultura de memoria particularmente larga (…) Podemos, por consiguiente, vaticinar que los norcoreanos seguirán haciendo todo cuanto puedan para evitar el colapso del régimen y su absorción por la República de Corea [ie., el Sur]”[59].Como dice un proverbio haitiano “Quien da el golpe, olvida. Quien queda con la cicatriz, recuerda”. Este reconocimiento de la verdad histórica y del profundo mal que se ha inflingido en contra del pueblo coreano (particularmente quienes quedaron al norte del paralelo 38) es una tarea pendiente para una “comunidad internacional” que en el 60 aniversario de esta brutal guerra, desperdició una oportunidad de oro para avanzar en esta reflexión. Mientras la posibilidad de la conflagración y la ocupación siga abierta, Corea no podrá reconciliarse consigo misma ni mucho menos podrá tomar control sobre su propio destino, para avanzar así hacia una sociedad más humana. Mientras tanto, la división seguirá sosteniéndose, reforzando el militarismo y el estado de alerta permanente, que a su vez refuerzan la división en este círculo vicioso de seis décadas[60].

El escenario de las negociaciones dependerá en gran medida del cambio en el equilibrio de fuerzas en la región Nororiental de Asia –una mayor decisión en la mesa negociadora por parte de China, y una inclinación de Rusia a favor de Pyongyang (mientras aumenta la desconfianza hacia EEUU por su porgrama anti-misiles, el régimen de Kim Jong Il ha comenzado una frenética actividad de cabildeo con Moscú), pueden forzar una situación de compromiso que lleve a la normalización de relaciones y, es de esperar, a mediano plazo a un acuerdo de paz. Es previsible que EEUU, por su parte, se oponga con garras y dientes contra este escenario, pues minaría su hegemonía en la región, y esto tendría repercusiones globales para la súper potencia, sobre todo porque la hegemonía norteamericana ve como un asunto estratégico su dominio absoluto del Pacífico. Pero el poder ascendiente de China, y muy probablemente, la influencia rusa, pueden jugar un papel nada despreciable en una solución distinta a la que se planifica desde Washington.

Pero en última instancia, la solución al conflicto en Corea debe recaer sobre los propios coreanos. El desprecio que los EEUU tienen por la autodeterminación coreana y por las capacidades del pueblo coreano, son evidentes por su persistente ingerencia y por el férreo control que mantienen sobre el Sur; pero también es evidente por el lenguaje inequívocamente colonial con el cual se refiere al Norte: sabido es que la ideología colonial se justifica mediante la “infantilización” discursiva del colonizado –no hay otra manera de explicar las constantes menciones al “mal comportamiento” de Pyongyang, a la política de “castigo y recompensa” hacia el régimen norcoreano, y los frecuentes llamados a “papá China” para que “controle” a su aliado.

Bajo la superficie, la crisis coreana sigue siendo una crisis colonial. Hasta la fecha, a los coreanos no se les ha dado la posibilidad de decidir libremente qué destino quieren construir. Tal vez sea la hora de presionar para el término de las interferencias extranjeras y dejar el problema coreano en sus propias manos. Con toda certeza, serían capaces de romper las ataduras militaristas que los han atrofiado por décadas y reinventar un país muy diferente al que existe hoy en día a ambos lados del paralelo 38.

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